La consolidación de un partido fascista en Grecia. El éxito de Beppe Grillo y Silvio Berlusconi en Italia. Los 6,2 millones de parados en España —el máximo jamás alcanzado y la tasa de paro más alta desde el año posterior a la muerte de Franco—, y los 26,5 millones de la UE. El hundimiento de la esperanza francesa con François Hollande. El ascenso de partidos antieuropeos en Grecia, Francia, Finlandia, Reino Unido, Alemania. El desguace del Estado social y la vuelta de los jornales de hambre en el sur de Europa. Nada de todo esto parece conmover a los liberales alemanes. Impasible el ademán, prietas las filas, la canciller Angela Merkel asiste a la tormenta perfecta en el continente que lidera sin mover una ceja. ¿Estímulos? Nein. ¿Crecimiento? Llegará solo, con la austeridad y el hada de la confianza. ¿Populismo en ascenso? Cuestiones internas. ¿57% de desempleo juvenil en España? Hagan los deberes: más reformas estructurales, más ajuste fiscal, ¡más madera!
Así están las cosas en la Europa teutonizada. Uno o dos países resisten, y los otros 25 socios se hunden en la miseria y ya no saben ni dónde meter la tijera. Los recortes, la recesión y el desempleo han destruido el consumo y la demanda interna; la actividad, el bienestar y el futuro son conceptos de los buenos tiempos; los países que pagan poco por financiarse, como Francia, no tienen liquidez, y los que más necesitan financiarse, como España o Italia, pagan el crédito a precio de oro. Mientras tanto, remotos paraísos fiscales (o no tan remotos: los hay en el Canal de la Mancha, y puede que incluso en la propia zona euro) esconden el capital ganado, especulado y robado durante los años de la expansión y las burbujas. Según los datos del comisario europeo de Fiscalidad, Algirdas Semeta, la evasión fiscal sustrae a Europa un billón de euros anuales. Y el colapso económico parece una hipótesis cada vez menos improbable en el Mediterráneo, ese sur corrupto y manirroto que debe pagar sus deudas y sus culpas —en alemán ambas palabras se dicen igual: schuld—.
Pero el acreedor jefe, Alemania, sigue en sus trece. No hay otra salida, dice la canciller, la austeridad no es incompatible con el crecimiento. Más o menos lo mismo que decía hace cinco años. Desde entonces ha llovido, pero el viraje alemán ha sido imperceptible. El relato de ese lustro es más o menos así: 1. Hay un problema de déficit, los mercados nos atacan. 2. Aplicamos austeridad a rajatabla esperando que vuelvan el crecimiento y la confianza. 3. Nos damos cuenta de que no era un problema de déficit sino de deuda privada (salvo en Grecia), pero seguimos adelante porque Alemania manda y a ella le fue muy bien. 4. Empieza la tensión social y política porque no se ven los resultados. 5. La tensión se hace insoportable; Bruselas abre la mano tímidamente.
Hoy, el nuevo diktat es austeridad más lenta y reformas más rápidas. Bruselas acaba de dar dos años más a Francia y a España para llegar al 3% de déficit. Pero en los dos países, el paro, que ha batido récords, seguirá creciendo hasta fines de 2014. La duda es si el cambio de lenguaje es real en la sustancia, si la definición de reformas de Bruselas y Berlín coincide con la palabra recortes. ¿La reforma de las pensiones que el comisario Olli Rehn exigió a Hollande el viernes va a suponer jubilaciones más bajas? Ese es el quid de la cuestión. Francia siente que Alemania le engañó una vez, y si les engañan una segunda vez y sale mal (es decir, si Europa sigue sin ver la puerta de salida), el proyecto entero se puede ir a pique.
De momento, lo único obvio es que el eje franco-alemán está partido, roto en pedazos. El motor de Europa está gripado. Los vecinos que se odiaban y se reconciliaron parecen agotados de conducir juntos. Hollande no se entiende con Merkel y no confía en ella. La canciller no se fía de las reformas, las intenciones y los datos de la Francia socialista. Y lo que es peor, se diría que ambos han abandonado toda esperanza de que eso cambie.
La señal de alarma la han dado los socialistas franceses, que en un borrador destinado a definir la política europea de Francia para los próximos años se equivocan (¿o no?) y escriben negro sobre blanco lo que casi todo el mundo piensa y casi nadie se atreve a verbalizar. Merkel es “la canciller de la austeridad”, su política revela una “intransigencia egoísta”, ha forjado “una alianza de circunstancias con el thatcherista David Cameron”, y lo que le importa son “los ahorros de los depositantes alemanes, la balanza comercial de Berlín [que en marzo marcó un nuevo récord, elevando el superávit a 188.100 millones de euros, después de que en 2012 exportara 1,1 billones de euros] y su futuro electoral”.
“Si no cambia la política europea, vamos hacia una catástrofe política”, explica Jean-Christophe Cambadélis, dirigente del Partido Socialista (PS) francés y coordinador del documento sobre Europa. “Somos la única zona del mundo que lleva cinco años en recesión. La derecha europea pone todo el acento en la competitividad y comete un error enorme: nunca seremos competitivos como India y China si queremos mantener un nivel decente de protección social. La receta neoliberal ha generado un paro enorme, insoportable para muchas sociedades. Y donde no hay paro, como en Alemania, se ha precarizado el empleo con salarios de 400 euros”.
Según Cambadélis, la pareja franco-alemana debe reencontrar el equilibrio, pero es difícil en las actuales circunstancias de desigualdad. “Juntos sumamos el 49% del PIB europeo, pero Alemania tiene excedentes y Francia tiene déficit. El gran problema es que el Partido Popular Europeo domina Europa, los Estados y las instituciones con una política dogmática, basada en el modelo alemán, que afirma que la austeridad genera crecimiento y que solo es necesaria una mínima cuota de solidaridad”.
¿Y está Francia dispuesta a dar el salto hacia la unión política que pide Alemania? “Alemania quiere un federalismo presupuestario. Francia, un federalismo solidario”, dice Cambadélis. “Los pueblos no aceptarán ceder más soberanía si Europa no calienta la caldera con solidaridad. Esa es la única forma de integrarse. El federalismo debe ser de ida y vuelta. Si no, reinará la desunión”.
Así las cosas, el entendimiento París-Berlín parece una quimera. Las propuestas del PS son mutualizar las deudas con bonos europeos; cambiar los estatutos del BCE, que el MEDE sea prestamista de último recurso y concertar las políticas económicas: la mayoría de sus peticiones son anatemas en Berlín. Pero, además de las diferencias ideológicas, está el factor humano. Hollande se siente ninguneado por la canciller. Durante los últimos meses, Merkel se las ha arreglado para limitar, retrasar o dejar en vía muerta casi todos los acuerdos importantes alcanzados en las cumbres europeas. Sobre todo, los de junio de 2012, cuando Merkel aceptó dos ideas francesas que deberían haber ayudado a mejorar la economía real: la unión bancaria, y el pacto por el crecimiento.
Un año después, Hollande y el nuevo jefe del Gobierno italiano, Enrico Letta, han pedido que en la próxima cumbre de junio se aplique lo acordado entonces: todo un símbolo de la resistencia alemana a las ideas ajenas.
Cada vez más, el choque entre fe y razón, y la filosofía del sacrificio alejan a Alemania del resto de Europa. En Berlín, cuando los líderes hablan, fuera de micrófono, del “factor humano” de la economía, suelen referirse a la “confianza de los mercados” financieros. No es que Merkel o su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, confíen en los inversores. Al contrario. Pero la prima de riesgo y la huida de la inversión son la única medida de la eficacia de un país. Hay otro consenso de hormigón en los principales partidos políticos alemanes: los recortes que hizo el SPD hace 11 años son el germen de la aceptable situación económica del país, boyante si se compara con las demás (aunque con ocho millones de minijobs o subempleos).
Puestos ante la evidencia del desastre que esas mismas medidas provocan a sus socios, no es raro que un líder democristiano alemán aduzca que “la economía no son solo matemáticas” y que lo más importante es recuperar la “confianza”, el mantra favorito de Schäuble. Y enseguida echan mano de las raquíticas señales de recuperación en España o Irlanda, bendecidas por los mercados de deuda, olvidando que la rebaja de los intereses se debe, según todos los expertos, al plan de intervención en los mercados de deuda del BCE, que por cierto todavía topa con la resistencia del Bundesbank.
Otro consenso alemán —y bruselense, que a veces tanto monta— es el que prima respecto a Francia, para la que auguran o recortes o miseria. En Alemania se percibe que las diferencias se deben a la cerrazón francesa ante las reformas. Reformas, obviamente, a la alemana. Cuando le toca defender a Hollande ante los conservadores, el líder parlamentario de los socialdemócratas alemanes, Frank Walter Steinmeier, pide comprensión: Francia, dice, está como Alemania en 2001. Es decir, antes de los recortes de Gerard Schröder. Esas opiniones tienen una explicación: el primer ministro de Finanzas de Merkel, y puede que aún más duro que el actual, se llamaba Peer Steinbrück. Y es la cara del cartel electoral del SPD en los próximos comicios.
El problema del SPD es que la masa de alemanes que aplaude la austeridad está formada, en su gran mayoría, por votantes de centro que simpatizan con la canciller. Da fe de ello el 40% de apoyos que cosecharía hoy la CDU, según una encuesta reciente. El lío es tan extraño que otro histórico de los socialdemócratas alemanes, Oskar Lafontaine, acaba de pedir que Alemania salga del euro.
En Bruselas la inquietud es creciente. Nadie piensa que las cosas tengan fácil arreglo. “Francia y el sur de Europa están frustrados por la intransigencia de Alemania con la austeridad; Alemania está frustrada con la resistencia a las reformas en Francia y en el sur de Europa. El consenso es que la austeridad ha ido demasiado lejos. Pero el consenso dice también que ni Francia, ni España ni Italia están para liderar nada”, confiesan fuentes europeas. “Se va a abrir la mano porque la recesión empieza a morder a los países del centro. Pero que nadie espere grandes cosas hasta las elecciones alemanas. Y ni así hay que hacerse ilusiones”, explica un diplomático.
Las relaciones con el país vecino, de eso no cabe duda en Berlín, atraviesan uno de sus peores momentos. Pero, en la Cancillería, el lema es “no hay alternativa”, como en los mejores años de Margaret Thatcher. En cualquier caso, la rebelión del sur parece estar en marcha. Portugal, España, Italia y Grecia no aguantan más. Y Francia se siente mucho más cerca del sur que del este, como ha demostrado el primer viaje europeo de Enrico Letta, el católico de centroizquierda catapultado a la principal poltrona italiana. Tras verse con Hollande en el Elíseo, los dos han puesto las cartas sobre la mesa: si Alemania no cede, Europa se muere. “Ningún país puede salir del agujero solo, la solución es necesariamente europea, y si es buena para Europa, será buena para Alemania”, lanzó Letta. “Sin crecimiento no solo habrá más paro y más pobreza, sino que los populismos acabarán imponiendo en toda Europa los peores instintos”, le secundó Hollande.
Aunque la crisis en Francia es más llevadera que en los vecinos del sur, y aunque el Estado social no se ha puesto —todavía— en cuestión, los franceses, con 3,2 millones de parados en el Hexágono, tienen miedo hasta de sí mismos. Un síntoma de ese ambiente deletéreo: en algunos sondeos, la líder ultraderechista y xenófoba Marine Le Pen tiene ya una intención de voto superior a la del presidente de la República. Y el mal se extiende por Europa: el ascenso del UKIP británico esta semana subraya esa misma tendencia, peligrosísima para la Unión a un año de las elecciones europeas de 2014.
“Si las cosas no varían vamos a ver un Parlamento Europeo poblado de euroescépticos, nacionalistas, populistas y xenófobos: una jaula de grillos antieuropeos en muchos casos. La paradoja es que a algunos líderes europeos no parece preocuparles, porque favorece la deriva intergubernamental en las instituciones comunitarias”, advierten fuentes diplomáticas en Bruselas. Según el socialista galo Cambadélis, “antes de que lleguen los populismos, la izquierda debe imponer su modelo. El año que viene el Parlamento Europeo podrá elegir al presidente de la Comisión, y si cambia la mayoría podremos librarnos del presidente Barroso y elegir a un progresista. Eso cambiaría bastante las cosas”.
Los alemanes parecen cada vez más solos, pero nada indica que vayan a ceder un milímetro. Como señala el escritor José María Ridao, el problema no lo tiene Merkel, sino Europa: “Berlín no parece entender hasta qué punto las heridas infligidas al proyecto europeo podrían ser irrecuperables. Quizá 26 millones de parados sea la línea de no retorno. A veces las decisiones económicas producen situaciones políticas extremas. Grecia es el laboratorio que explica adónde conduce la cura liberal. La UE ya no se asocia con bienestar y progreso, sino con paro y exclusión social. Y eso es devastador para el europeísmo”.
De forma incomprensible, los países perjudicados por el austericidio o en la lista de espera no han apostado todavía por una política común europea. “Alemania ha impuesto tanto la decisión como el marco institucional donde se adopta con un solo objetivo: resolver su riesgo financiero. Eso ha debilitado a Europa entera con la complicidad de los Gobiernos nacionales, unos por miedo y otros por convicción ideológica”, explica Ridao, que subraya otra gran paradoja. “Alemania ha extendido su modelo a los socios siguiendo la estrategia de las utopías del siglo XX: sacrifiquemos algunas generaciones y tendremos un futuro radiante. La promesa ya no ofrece monstruosidades épicas y trágicas como la sociedad sin clases o el Reich milenario. Ahora el ideal es digno de un tendero: cuadrar gastos e ingresos, conseguir la consolidación fiscal”.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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