Uno de los principales objetivos de la política exterior de Estados Unidos durante el primer mandato de Barack Obama fue el de reprogramar –un término que se acuñó específicamente para ese caso- las relaciones con Rusia, sometidas hasta entonces a múltiples desavenencias y malentendidos. Algo similar trata de hacerse al comienzo de este segundo mandato en las relaciones con México, excesivamente dominadas por el narcotráfico y las tensiones fronterizas. Washington busca un nuevo modelo que pueda explotar la enorme potencialidad de la cooperación entre dos de las economías más fuertes y dinámicas del mundo.
“México y Estados Unidos intercambian ya 1.400 millones de dólares diarios en comercio, más de mil millones al día solamente en la región fronteriza. Con más cooperación en innovación, en educación, son evidentes las posibilidades de Norteamérica como un fuerte bloque económico, que se complementa, además, con los avances para que México forme parte de la Alianza Transpacífico”, afirma un alto funcionario de la Administración norteamericana.
El principal objetivo de la visita que Obama hará a México entre el jueves y el viernes próximos es el de hacer visible esa reprogramación, ese nuevo enfoque, más práctico y ambicioso, de las relaciones con un vecino que, por su propio desarrollo y a través de su elevada tasa de emigrantes, está llamado a tener una influencia considerable en el futuro de EE UU.
Las relaciones entre los dos países separados por el río Grande tienen una larga historia de conflictos en la que los prejuicios y la retórica han podido más, generalmente, que el respeto y el diálogo. Con dos culturas muy diferentes y enfrentados a una violenta construcción de sus respectivas fronteras, México y EE UU han conocido una difícil convivencia en los dos últimos siglos. Al mismo, tiempo, sin embargo, se han ido creando silenciosamente en ambas sociedades identidades comunes que hoy les hace compartir más de lo que ellas mismas creen, desde la cocina a los negocios.
Durante el Gobierno de Felipe Calderón, esas relaciones estuvieron prácticamente monopolizadas por la guerra que el presidente mexicano desató contra el narcotráfico y que EE UU apoyó con material militar, inteligencia y recursos económicos, acordados en lo que se llamó el plan Mérida, firmado por George W. Bush y continuado por Obama.
Con el fracaso de esa guerra y la sustitución de Calderón por un nuevo presidente, Enrique Peña Nieto, que pretende un cambio de estrategia, Obama ve la oportunidad de hacer también un giro en las prioridades norteamericanas. “No se trata de que renunciemos a la seguridad en México, sino de elevar el perfil económico y comercial de la relación, hasta ahora demasiado bajo”, explica la fuente citada.
Algunos congresistas y organizaciones de derechos humanos están preocupados, no obstante, de que esta nueva sintonía con México incluya silenciar los abusos denunciados en ese país. Human Rights Watch alertó recientemente de la existencia de miles de desaparecidos en la guerra contra las bandas criminales, y un grupo de miembros de la Cámara de Representantes ha enviado hace unos días una carta a Obama en la que le pide que aborde ese tema en su reunión con Peña Nieto.
Fuentes oficiales en Washington aseguran que el presidente norteamericano incluirá el asunto de los derechos humanos en la agenda de su visita, como también los de la transparencia, la independencia judicial y la buena gobernabilidad, como parte indispensable de una sana cooperación bilateral.
Pero esa no es, por supuesto, la prioridad de este viaje. Este viaje, con el que no se contaba, es la ratificación de la satisfacción –y sorpresa- con la que han sido recibidas en esta capital las reformas estructurales emprendidas por Peña Nieto. Hasta hace poco, nadie hubiera dado un centavo por él en EE UU: hoy es el modelo que se menciona en todas las conversaciones relacionadas con América Latina.
El éxito –provisional- de Peña Nieto y el avance económico –temporal- de México, son, además, dos buenos argumentos a favor de la reforma migratoria y de la política de la Casa Blanca en esa materia. Como ya se empieza a demostrar, un México más próspero es un México con menos emigrantes, un México más democrático es un mejor socio en empresas de altos vuelos como la competencia con China por el liderazgo mundial. Potenciado por la crisis europea y apoyado por el crecimiento sostenido de la economía mexicana desde hace más de tres años –aunque no a un ritmo tan acelerado como el de otros países de la región-, el eje México-EE UU despierta grandes expectativas en todo el mundo.
La visita de Obama se produce, por tanto, en un momento histórico excepcional que presenta para ambos países oportunidades que no ha habido jamás. Muchas riesgos siguen latentes –la energía, el medio ambiente, la seguridad fronteriza, el tráfico de armas…-, pero los beneficios de un entendimiento son hoy mucho más explícitos.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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