En el mercado negro de armas en Líbano no se encuentra ni un solo fusil de asalto Kaláshnikov. De vez en cuando, la prensa de Beirut, sobre todo los diarios As Safir y Al Akhbar, informan de que el Ejército libanés ha interceptado un cargamento de armas con destino a Siria, un país donde la represión ha acabado desde marzo con la vida de al menos 2.200 civiles.
De vez en cuando, también, Sana, la agencia de prensa oficial siria, da cuenta de un ataque contra el Ejército. El pasado jueves, por ejemplo, se produjo en la provincia de Homs, donde en dos emboscadas cayeron ocho militares. Gran parte de las noticias de Sana son pura propaganda, pero algún conato de resistencia armada debe de existir.
A finales de la semana pasada fue colgado en YouTube un vídeo en el que varios jefes tribales de la zona de Deir al Zor, cerca de la frontera con Irak, anunciaban su determinación a hacer frente a una inminente operación represiva del Ejército. Al final apenas opusieron resistencia.
"Temo que algunos en la oposición, que tienen prisa por acabar con el régimen
[del presidente Bachar el Asad], van a decir ahora que en Libia ha sido un éxito" y querrán "recurrir a las armas" en Siria, advertía el escritor disidente Louai Hussein en una entrevista con la agencia Reuters.
¿Se está armando la oposición siria? A través de la frontera libanesa y también de la iraquí, más alejada de los núcleos urbanos, lleva semanas haciéndolo, según fuentes diplomáticas europeas, aunque por ahora sus protestas callejeras cotidianas son pacíficas, pese a que el Ejército las reprime a sangre y fuego.
Desde hace ya meses, los miembros de las coordinadoras que convocan las manifestaciones poseen teléfonos vía satélite con los que comunicarse y enviar también material gráfico al extranjero sin ser interceptados. Se lo han regalado colaboradores del ex primer ministro libanés Saad Hariri, cuyo padre fue asesinado en Beirut en 2005, con, acaso, la complicidad del servicio secreto sirio. Algunos magnates del Golfo, sobre todo de Catar, también han hecho donaciones a la lucha de la oposición. Ahora sucede otro tanto con las armas.
Para derrocar a El Asad no basta con que la oposición siria empuñe las armas. Uno de sus dirigentes más destacados, Haitham el Maleh, preveía en julio, a su paso por Madrid, que el Ejército se acabaría dividiendo como sucedió en Libia. Por ahora no hay muchas evidencias de que se esté rompiendo.
Un soldado desertor declaró este mes en Ammán a Michael Weiss, del think tank Just Journalism, que miles de compañeros suyos habían desertado. Un oficial destinado hasta hace poco en Abu Kamal asegura en YouTube hablar en nombre del Ejército Sirio Libre y, el sábado, un comunicado firmado por "oficiales libres" anónimos anunciaba que tropas leales al régimen luchaban contra militares rebeldes en los jardines de Al Ghouta, en la periferia de Damasco. Habitantes del barrio lo confirmaron por teléfono a la agencia Reuters.
El Asad no se fía del conjunto de sus Fuerzas Armadas. Prueba de ello es que en la represión solo participan dos cuerpos de élite, la Guardia Republicana y la IV División Acorazada, que manda su hermano pequeño, Maher. Esos 20.000 soldados se coordinan con los servicios secretos y la shabbiha, los grupos paramilitares.
Todos ellos pertenecen a la minoría religiosa alauí, de la que forma parte el presidente, aunque el país es mayoritariamente suní. Ambos cuerpos no disponen de suficientes efectivos para reprimir simultáneamente en varias ciudades y por eso lo hacen por turno.
El grueso de los cerca de 300.000 reclutas del mastodón-tico Ejército sirio y los pilotos de la Fuerza Aérea son suníes. Hasta ahora apenas han sido utilizados para reprimir. Apenas mantienen contactos con sus familias, que con frecuencia padecen exacciones del régimen que ellos ignoran. Si las manifestaciones continúan y estalla la insurrección armada, El Asad no tendrá más remedio que involucrarlos en la represión. Es entonces cuando el Ejército puede quebrarse.
Se reproduciría así una situación similar a la de Libia, en marzo pasado, cuando una parte del Ejército regular se unió en Bengasi a los rebeldes y juntos se hicieron con el control de la segunda ciudad del país. Los leales a Gadafi se disponían a reconquistarla en abril, pero Francia y el Reino Unido pararon esa ofensiva y les ayudaron a ganar la guerra contra el dictador.
Lissette Garcia
RosasSinEsspinas
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