El amanecer catastrófico que debió de poblar las pesadillas de los neoyorquinos en la noche del sábado al domingo nunca llegó a materializarse y se quedó en un simple mal sueño. El huracán Irene, cuya fuerza demoledora amenazaba con inundar parte de Nueva York y colapsar esta urbe hacia la que los ojos del planeta miran quizás con excesivo interés, se quedó en tormenta tropical. Ni el agua ni el viento provocaron el temido armageddon que los ciudadanos preveían basándose en las precauciones tomadas por el Ayuntamiento. Tras haber ordenado la evacuación de 370.000 personas, haber cerrado el transporte público por primera vez en la historia y todas las comunicaciones por tierra, mar y aire, Nueva York pasó la noche bajo ráfagas de viento huracanado de hasta 90 kilómetros por hora e intensa lluvia.
Lo que más se temía era que la coincidencia entre la llegada de Irene a la ciudad, a las nueve de la mañana, y el momento más alto de las mareas locales, una hora antes, provocara la inundación de la llamada Zona A, en la que residen en casas cerca del agua los 370.000 habitantes que el alcalde ordenó evacuar. Sin embargo, aunque la crecida del río Hudson y el East River se produjo, obligando a cerrar tramos de la autopista FDR e inundando los bajos de varios edificios de Manhattan, a las diez de la mañana las aguas comenzaban a retroceder dejando a su paso solo un rastro mojado, daños menores y a muchos curiosos haciendo turismo de catastrófe. "La verdad es que no ha sido muy diferente de otras muchas tormentas. Mi familia y yo decidimos quedarnos en casa, aunque estábamos en la Zona A, y fíjate, hicimos bien en no irnos", explicaba a este diario Lauren Cristiani en su casa, en el sudeste de Manhattan.
En barrios como Brooklyn y Queens y en zonas de Harlem los daños por las inundaciones eran algo más notables, como aseguró el alcalde Michael Bloomberg en su primera aparición tras el huracán, donde informó, entre otras cosas, de la caída de 650 árboles y el rescate de 61 personas en Staten Island por la subida del agua.
"No estábamos dispuestos a arriesgar la vida de ningún neoyorquino", declaró ante la insinuación de un periodista sobre el exceso de celo del Ayuntamiento frente a la llegada de Irene. "Volveríamos a hacer lo mismo y si todo ha salido bien es porque nos habíamos preparado bien. Lo peor ya ha pasado", explicó satisfecho.
Los temidos cortes eléctricos afectaron a 62.000 familias, principalmente en Staten Island y Queens, aunque en el Estado de Nueva York, con 20 millones de habitantes, la situación era bastante más grave. Según el gobernador Andrew Cuomo, 750.000 personas permanecían ayer sin suministro eléctrico y los daños en la zona de playas de Long Island, donde Irene azotó con fuerza, eran cuantiosos, aunque aún no se ha hecho una valoración económica.
El área metropolitana de Nueva York seguía mostrando ayer la insólita imagen que comenzó a verse el sábado: comercios cerrados. Solo algunos locales en diferentes barrios abrieron sus puertas, como el restaurante Joe Doe, en el Lower East Side, donde su dueña Gill Schulster aseguraba: "Perder una noche de sábado es mortal para el negocio y no puedo perder también el domingo".
El transporte público seguía sin funcionar, de ahí el cierre de la mayoría de comercios (siete millones de neoyorquinos lo utilizan para desplazarse al trabajo diariamente). Bloomberg aseguró que trataría de restablecer el servicio de autobús y metro "cuanto antes", pero auguraba un lunes "complicado" para llegar al trabajo.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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