La cortesía oficial contrastó ayer con la frialdad popular en el primer viaje de un monarca británico a la República de Irlanda. Quizás por las extraordinarias medidas de seguridad, o porque los irlandeses tienen especial tendencia a la memoria histórica, no hubo multitudes en Dublín para recibir a Isabel II. Y quienes se echaron a la calle lo hicieron con más curiosidad que entusiasmo, presenciando casi en silencio el rápido paso de la comitiva real.
Pero la frialdad popular quedó compensada por la ausencia de incidentes, al menos en el primero de los cuatro días de visita de Estado del monarca del ahora país vecino y en el pasado metrópoli. Los pocos republicanos que protestaban por la presencia de quien siguen viendo como un opresor fueron acallados con rapidez.
El dispositivo policial fue asfixiante. Algunas calles estaban cerradas al tráfico desde la víspera. Aparatosas vallas protectoras impedían el acceso de los peatones a la calzada y la policía inspeccionaba uno a uno a los paseantes cuando entraban en una zona por la que iba a pasar el cortejo de la reina de Inglaterra.
Nada de eso restó impacto político a una visita histórica por su voluntad de cerrar heridas que en tiempos supuraron de forma muy dolorosa. Sobre todo en la guerra civil que entre 1919 y 1923 enfrentó a quienes defendían la plena independencia y quienes creían que aceptar la partición de la isla era un paso pragmático hacia ese objetivo. La victoria de los pragmáticos llevó a Irlanda a la independencia, pero la partición de la isla dividió desde entonces a los irlandeses y prolongó el resquemor hacia el vecino británico.
Las cosas han cambiado. La paz estalló en Irlanda del Norte en 1998, aunque la reconciliación ha seguido caminos más lentos y tortuosos. La llegada ayer de Isabel II a Dublín, la primera visita de un monarca británico en 100 años y la primera, pues, desde la independencia en 1922, forma parte de esa reconciliación.
Por eso ayer los símbolos fueron tan importantes. Como el hecho de que Isabel II apareciera a su llegada vestida de verde esmeralda, el color de Irlanda. O que la presidenta Mary McAleese la recibiera de igual a igual, sin genuflexiones y sin bajar la cabeza. O que lo primero que hizo Isabel II después del almuerzo oficial en el palacio presidencial fue plantar un árbol en el Jardín de la Memoria y depositar una corona de laurel y guardar un minuto de silencio en señal de respeto hacia quienes dieron su vida por la libertad de Irlanda. Luego visitó el Trinity College y a media tarde se retiró ya a descansar a Farmleigh House, una hermosa casa campestre en el noroeste de Dublín.
Hoy, el simbolismo de la reconciliación tomará cuerpo en la visita de la soberana británica al monumento que honra la memoria de los 49.000 soldados irlandeses que murieron en la I Guerra Mundial y su presencia en el estadio de Croke Park. Croke Park no es solo un imponente estadio de más de 82.000 personas y sede de la asociación de deportes gaélicos. Fue también el escenario de la segunda parte de los acontecimientos que luego se conocerían como el Domingo sangriento de noviembre de 1920. Una matanza de la que hay versiones no del todo coincidentes que empezó cuando el IRA asesinó a sangre fría a 14 personas a las que consideraba agentes o confidentes de los servicios secretos británicos. Horas después, un grupo de policías se vengó de esos asesinatos abriendo fuego contra el público congregado en Croke Park, matando a 14 espectadores.
El plato fuerte de la jornada llegará en la cena de Estado en el Castillo de Dublín, en la que la reina pronunciará su único discurso. Nadie espera que Isabel II llegue al extremo de pedir disculpas por los abusos británicos del pasado, pero sus palabras gustarán a quienes viven su presencia en la República como un triunfo. "Para generaciones de patriotas irlandeses, no era más que un sueño la idea misma de que un monarca británico llegara aquí como invitado de honor y no como un condescendiente mandamás, como un amigo y no como encarnación del poder imperial", proclamaba ayer un editorial del influyente The Irish Times.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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