El 29 de noviembre de 1963, una semana después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, su viuda, Jacqueline, llamó al periodista de «Life» Theodore White y le pidió que fuera a verla a su residencia de Hyannis Port. White era el autor de «Cómo se fabrica un presidente», un best-seller sobre la campaña presidencial de 1960 con el que ganó el Premio Pulitzer y la admiración del mismísimo JFK. Tras el magnicidio, Jackie deseaba «rescatar» el legado de su marido y quería hacerlo en las páginas de «Life», la biblia donde se había forjado el mito de la «familia real americana». En su entrevista con White, la ex primera dama ungió a su prole con la leyenda del rey Arturo. «Nunca más habrá otro Camelot», sentenció.
El fotógrafo neoyorquino Mark Shaw fue una pieza clave en la construcción del mito inmarcesible de los Kennedy. Colaborador habitual de las grandes revistas de moda de los años 50 y 60 –«Harper’s Bazaar», «Mademoiselle», «Look»–, Shaw trabajó durante dieciséis años para «Life». Fue allí donde se ganó la confianza de Jacqueline, convirtiéndose en su amigo, confidente y fotógrafo de cabecera durante toda la presidencia de John.
Para conmemorar el 50 aniversario del asesinato de Kennedy, y en el marco de PhotoEspaña 2013, la Fundación Loewe exhibe hasta el 25 de agosto cuarenta instantáneas de Shaw que nunca han visto la luz y que recorren el camino de Jack y Jackie desde la campaña presidencial de 1960 hasta el magnicidio, en 1963.
«Jacqueline eligió a Mark porque conocía sus foto-reportajes y se llevaban extremadamente bien, tenían intereses en común», recuerda la viuda de Shaw, la cantante Pat Suzuki, quien acompañó a su marido en muchos viajes de los Kennedy. «Todavía recuerdo la primera fiesta que organizaron cuando llegaron a la Casa Blanca. La llenaron de artistas y escritores. Todos nos sentíamos como unos adolescentes en su fiesta de graduación, abrumados por la excitación. Aún puedo oír el intenso cotorreo en el servicio, antes de entrar en el salón principal... Formamos parte de la Historia», añade.
«Shaw y los Kennedy se entendían a la perfección: eran glamurosos, jóvenes, les gustaba vestirse bien y en esa época Mark era uno de los mejores fotógrafos de moda. Viajaba mucho a París y enviaba desde allí fotos de las pasarelas europeas para que la primera dama estuviera informada de las tendencias. Se hicieron grandes amigos», dice Tony Nourmand, editor de «The Kennedys. Photographs by Mark Shaw» (Reel Art Press), un libro que reúne un centenar de fotos inéditas, incluidas las que ahora se exponen en la tienda de Loewe (Serrano, 26).
Las instantáneas de Shaw revelan un aura de intimidad desconocida en el seno de una de las dinastías más poderosas del mundo. «En los retratos hechos por los fotógrafos oficiales de la Casa Blanca se puede ver a unos Kennedy rígidos, siempre posando. Incluso en las situaciones más domésticas, siempre están en pose. En cambio, en las de Shaw, podemos verlos relajados, tal como eran cuando nadie más podía verlos», dice Nourmand.
«En un comienzo, Jackie no lograba aclimatarse al frenesí mediático, pero hay que admitirlo... era una alumna aventajada», evoca Suzuki, quien acompañó a la primera dama en unas vacaciones en barco por Italia, en 1962. «¡Las aventuras en Ravello! Los paparazzi eran histéricamente divertidos con sus payasadas. Navegaban alrededor de nuestro barco, apagaban el ruido del motor de sus lanchas y con las manos en alto, como cómics estrafalarios, intentaban llamar la atención de Jackie. Estoy segura que esas estrafalarias artimañas ya no son posibles...», dice.
El dolor detrás de cámara
Las imágenes de las vacaciones de Jackie y John ya son parte del imaginario colectivo. Y casi todas ellas llevan la firma de Shaw. «Tan perfectos, sin tacha y ¡bien acicalados! Fue una época para recordar... La muerte de John Fitzgerald Kennedy puso fin a la era del sueño americano», concluye Suzuki.
«Jackie jamás necesitó clases para posar. Lo suyo era un don natural. Ella y su marido tenían una elegancia innata, ambos provenían de familias de mucho dinero, viejas fortunas», explica Nourmand. «John sufría de intensos dolores de espalda y muchas veces tenía que andar con muletas, pero jamás se mostró así en público. Era muy consciente del poder de su imagen. Y Mark Shaw fue muy decisivo a la hora de retratar a una pareja presidencial sana, juvenil y guapa que traía la esperanza a América. Él fue esencial en la creación del mito».
Mientras Ron Galella capturaba a Jackie a puñetazo limpio, Shaw lo hacía con la suave caricia de su cámara. «Si tuviera que comparar a Ron con Mark, sin ser rudo, diría que el primero fue un ‘‘Picapiedra’’ de la fotografía, un hombre de la caverna. Lo conocí, era imparable, si quería hacer una foto, nada lo detenía. En cambio, Shaw era un caballero. Solo basta ver la relación que tenía Jackie con uno y con el otro», dice el editor de «The Kennedys».
De hecho, Jackie nunca más abrió las puertas de su casa a ningún otro fotógrafo. Tras la muerte de JFK, ella y Shaw siguieron siendo amigos por poco más de un año, pero después dejaron de verse. «Él siguió en contacto como siempre. Yo solía coincidir con Jacqueline en la escuela de nuestros hijos, hasta que cambió de colegio a John John», dice Suzuki. «Ella era bombardeada, quería privacidad. Mark, como siempre, fue muy respetuoso y se apartó», aclara Nourmand. Unos meses después, el fotógrafo «se deprimió y colgó la cámara». Murió en enero de 1969, solo cinco años después que el presidente Kennedy. Quizás ya no tenía nada mejor que fotografiar.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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