El sábado se cumplirán 10 años desde la llegada del matrimonio Kirchner al Gobierno de Argentina. El relato de esa década podría comenzar con las palabras que Néstor Kirchner pronunció el 25 de mayo de 2003 cuando asumió la presidencia en el Congreso:
—En los países civilizados con democracias de fuerte intensidad, los adversarios discuten y disienten cooperando. Por eso los convocamos a inventar el futuro. (…) No habrá cambio confiable si permitimos la subsistencia de ámbitos de impunidad. Una garantía de que la lucha contra la corrupción y la impunidad será implacable, fortalecerá las instituciones sobre la base de eliminar toda posible sospecha sobre ellas. (…) Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que seamos un país serio. Pero, además, quiero un país más justo.
En Argentina, “el relato” viene a significar la versión kirchnerista de la historia reciente. A los defensores de ese relato no les faltan argumentos para enumerar los logros de lo que la presidenta Cristina Fernández ha bautizado como la “década ganada”: Néstor Kirchner fue el hombre que el 24 de marzo de 2004, a los 28 años del golpe de Estado, se presentó en el Colegio Militar con todo su Gabinete y ordenó retirar el cuadro del dictador Jorge Rafael Videla. Retomaba con ese gesto los juicios contra los militares de la dictadura que ya había iniciado el presidente Raúl Alfonsín. Fue también el que impulsó la ley que permite el casamiento entre personas del mismo sexo, y el que le torció el brazo al Fondo Monetario Internacional y consiguió acuerdos para pagar el 93% de la deuda externa con una quita récord del 75%. Fue el mandatario que renovó la Corte Suprema, el máximo órgano jurídico del país, con siete jueces de un prestigio y una independencia reconocida por todo el arco político hasta que Cristina Fernández empezó a cuestionarla hace medio año.
Y Cristina Fernández fue la presidenta que puso en marcha en 2009 la Asignación Universal por Hijo, ayudas sociales que sacaron de la indigencia a millones de desempleados. Fue la que nacionalizó en 2008 la empresa española Aerolíneas Argentinas y en 2012 expropió a Repsol el 51% de sus acciones en YPF, medida que contó con el respaldo mayoritario de la oposición. Entre ambos Gobiernos consiguieron hasta el año pasado un crecimiento medio del 7% sobre el PIB.
¿Pero qué hay de aquella Argentina unida y justa con la que Kirchner decía soñar? “Nada. Porque nunca creyeron en la lucha contra la corrupción ni en fortalecer las instituciones”, responde el abogado Dino Zaffani, de 59 años. Zaffani lleva la mitad de su vida en Río Gallegos, la capital de la provincia patagónica de Santa Cruz, donde nació Kirchner, donde fue alcalde (1987-1991) y gobernador durante tres mandatos (1991-2003). “Cristina y él reprodujeron en Buenos Aires el mismo modelo que les había dado éxito en Santa Cruz. La manipulación de los jueces y el control férreo de la sociedad”, indica Zaffani.
Bajo esa óptica, la crónica del kirchnerismo también podría comenzar con las palabras que publicó aquel mayo de hace 10 años un antiguo miembro de la guerrilla de los montoneros:
— [Kirchner] silenció la prensa y la oposición, aniquiló los sindicatos, se apoderó de empresas constructoras y con el respaldo de los centenares de millones de dólares que sacó al exterior, un día decidió ser presidente de la nación.
El autor de ese párrafo, fallecido el año pasado, vivía en la provincia de Santa Cruz, se llamaba Daniel Osvaldo Gatti. El libro fue publicado por la editorial alternativa Mate Amargo y se tituló Kirchner, el amo del feudo. Solo se vendieron dos mil ejemplares. En aquella época, Argentina vivía una especie de idilio con los Kirchner. Casi nadie criticó el hecho de que Kirchner hubiera cambiado la Constitución provincial en 1994 para salir reelegido y la volviese a cambiar después de 1998 para conseguir la reelección indefinida como gobernador.
“Kirchner llegó a Buenos Aires representando el orden y la autoridad, después de una época de convulsiones en el país que arrastraba la crisis de 2001. Sabía manejar el poder. ¿A quién le importaba si nunca recibió acá a las Madres de Mayo?”, se pregunta el periodista de Rígeneral o Gallegos Héctor Barabino. “Para conocer a un candidato a presidente tenés que preguntarte qué hizo antes, cuando era intendente [alcalde] y gobernador, con la prensa, la economía o la justicia; y cómo prosperó su patrimonio. La prensa nunca se hizo esas preguntas. Y si se las hizo, no creyó en las respuestas”.
En 2008 se produjo el gran conflicto del Gobierno con el sector agrario del país. A partir de entonces, el Grupo Clarín pasó a convertirse en el gran enemigo del Gobierno. El Gobierno impulsó una Ley de Medios que, entre otros contenidos, obligaba a Clarín a deshacerse de parte de sus negocios audiovisuales. La compañía se negó, el Gobierno recurrió a la justicia y la justicia respaldó a Clarín. A partir de ahí Cristina Fernández empezó a cargar las tintas contra los jueces e impulsó una reforma judicial con casi toda la oposición en contra. Aquella invitación de Kirchner a los opositores para “inventar el futuro” quedó en el olvido.
En el camino, Fernández rompió también con el que había sido el gran aliado sindical de Néstor Kirchner, el líder de los camioneros Hugo Moyano. Y en diciembre de 2011, Daniel Peralta, el gobernador de la provincia de Santa Cruz, el peronista al que había apoyado Kirchner para el cargo, se negó a implantar en la provincia el sistema de pensiones que se le proponía desde la Casa Rosada. Y también pasó a convertirse en un rival de Fernández.
Ahora, Daniel Peralta lamenta la cerrazón del Gobierno nacional. “Cuando vivía Kirchner, él y Cristina decidían y los demás ejecutaban. Ella siempre opinó y lo hizo con un peso importante; nunca fue una mujer florero. Pero ahora está ella sola y es ella la que decide, sin nadie que se atreva a cuestionarla. Es cierto que Kirchner no admitía un no por respuesta, pero, si sabías sugerirle otras soluciones, a veces terminaba llamándote y las aceptaba. Ella, no. La presidenta no ha tenido en cuenta la estabilidad política institucional. Ahora, todo lo que es oposición es considerado una mala palabra”.
Así como la oposición habla de la oportunidad que se perdió en estos 10 años con los miles de millones de dólares ingresados gracias a los precios récord de la soja, Daniel Peralta también lamenta que durante tres mandatos presidenciales, uno de Kirchner y dos de Fernández, no se haya apoyado a Santa Cruz lo suficiente para que deje de ser una provincia dependiente del Estado, con 60.000 empleados públicos.
La otra gran palabra del sueño de Kirchner, su lucha contra la impunidad y la corrupción, también tiene su contracara en Río Gallegos. “La primera denuncia contra él la investigué en 1991. Se habían comprado árboles por valor de 100.000 dólares [78.000 euros] para un vivero inexistente”, señala el exfiscal Andrés Vivanco, de 61 años. “Me llamó Carlos Zaninni, el actual secretario legal y técnico de Cristina Fernández, para decirme que Néstor Kirchner estaba dispuesto a colaborar en la investigación. Pero era mentira, lo que hacían era dilatar los procesos, presionar a los jueces o nombrar directamente como jueces a sus amigos. Y así, Carlos Zaninni fue nombrado juez del Tribunal Superior de Justicia de Santa Cruz. Y la justicia nunca pudo llegar al hueso de ninguna investigación”.
“Kirchner consiguió el dinero para su campaña gracias al dinero público”, sostiene Vivanco. “El Gobierno de la provincia asfixiaba a las empresas, no les pagaba por sus servicios. Y cuando estaban al borde de la quiebra las ayudaban, pero quedándose con la mayor parte de sus acciones a través de terceras personas”, concluye.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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