El miércoles pasado, Silvio Berlusconi fue condenado en segunda instancia por fraude fiscal, y el centroizquierda italiano no dijo nada. Hoy, Berlusconi ha encabezado una protesta callejera contra jueces y fiscales, se ha llevado para que lo apoyaran a dos de sus ministros en el actual Gobierno de coalición y, a voz en grito, ha lanzado un desafío a la magistratura: “Quieren eliminarme, pero no lo van a conseguir. Voy a poner en marcha enseguida una gran reforma de la Justicia”. Y el centroizquierda italiano, que durante casi dos décadas ha vivido de criticar al líder del centroderecha, ha vuelto a callar. El Gobierno de Enrico Letta, hasta hace solo unas semanas alto dirigente del centroizquierda, vive cautivo y mudo ante los designios de Il Cavaliere, que incluso se permite bromear, condescendiente, con el miedo que provoca: “La absurda condena de que he sido objeto ha hecho pensar a algunos que yo iba a poner en riesgo al Gobierno. Creían que, como suele pasar en el fútbol, yo iba a responder a la patada con otra más fuerte. Se han vuelto a equivocar. Seguiré sosteniendo a este Gobierno”.
No ha dicho por cuánto tiempo. Pero será hasta el momento justo en que le deje de convenir. Ya lo hizo en noviembre de 2012 con el gobierno tecnócrata de Mario Monti. Sin complejos ni contemplaciones. Su partido, el Pueblo de la Libertad (PDL), apoyó durante un año sin rechistar todas las medidas de Monti, las mismas que ahora –ayer mismo-- responsabiliza de haber llevado a Italia al caos. Berlusconi vuelve a ser, tanto tiempo después, el hombre fuerte de la política italiana. No solo porque supo aprovecharse del desencuentro entre el Partido Democrático (PD) y el Movimiento 5 Estrellas (M5S), también porque su buen resultado electoral sería hoy aún mejor. Según un sondeo de Demos & Pi publicado ayer por La Repubblica, el PDL es el único partido que crece en intención de voto (del 21,6% al 26,6%), mientras que el PD se queda estancado en el 25% y el M5S de Beppe Grillo bajaría del esplendoroso 25,6% que obtuvo a un 22,9% que lo situaría ya en tercer lugar. Silvio Berlusconi es consciente de su fuerza y está dispuesto a aprovecharla.
Hoy, en Brescia, no se anduvo con rodeos. Tres días después de que el tribunal de apelación de Milán confirmara su condena de cuatro años por fraude fiscal en la gestión de Mediaset, Berlusconi ha organizado un acto contra los jueces y fiscales. Lo más chocante del asunto es que al aquelarre contra la magistratura asistieron en primera línea el vicepresidente del Gobierno y ministro del Interior, Angelino Alfano, y Maurizio Lupi, ministro de Infraestructura y Transportes. Entre apoyar a su jefe Berlusconi o respetar a su jefe Letta lo tuvieron claro. Al primero le profesan amor del bueno, al segundo, de conveniencia. Además de las palabras contra los jueces de Berlusconi, ahí queda la imagen para la posteridad: dos ministros del Gobierno de Italia protestando en la calle contra la magistratura. Hay todavía otro detalle. Desde Brescia (norte de Italia), Alfano y Lupi partieron hacia la Toscana, donde durante el domingo y el lunes confraternizarán en una abadía con el resto de los ministros del Gobierno de coalición…
Desde el estrado, Berlusconi se ha afanado en lo suyo. “A todos esos magistrados politizados”, ha advertido, “les mando un mensaje: podrán hacer de todo, pero no me podrán impedir jamás que guíe al PDL. No podrán eliminarme. A pesar del asedio y la violencia de las últimas semanas contra mí, aquí sigo. Si alguno pensaba desalentarme, asustarme, se ha equivocado y mucho. No me conocen. Mi determinación es resistir junto a vosotros, el pueblo que ama la libertad y quiere permanecer libre”. Desde la plaza subían gritos a favor de Il Cavaliere, pero también en contra. Varios cientos de militantes del Movimiento 5 Estrellas y de diversas agrupaciones sociales han recibido al líder del PDL con gritos de “vergüenza, vergüenza” y “a la cárcel, a la cárcel”. Un fuerte dispositivo policial no ha podido impedir que a ratos sendos colectivos se agarraran a mamporrazos. Un seguidor del PDL acabó con sangre en la cara.
En un momento de su intervención, Berlusconi ha anunciado una reforma inmediata de la Justicia. Lo ha hecho como si el primer ministro en vez de Enrico Letta fuera él. Incluso ha dado detalles de cómo tendrá que ser a partir de ahora la relación entre jueces y fiscales: “Los fiscales tienen que tener con el juez la misma relación que los abogados defensores. Si quieren hablar con él tendrán que pedir una cita, llamar a la puerta, entrar con el sombrero en la mano y hablarles de usted, no de tú como hasta ahora. Hay que reformar eso y muchas cosas más. Las interceptaciones telefónicas, por ejemplo. No es un país civilizado si no puedes llamar por teléfono con la tranquilidad de que no estás siendo escuchado…” Berlusconi, una vez más, respiraba por la herida. Dentro de unas horas, los jueces de Milán se pronunciarán sobre el llamado caso Ruby. El exjefe del Gobierno está acusado de los presuntos delitos de inducción a la prostitución de menores y abuso de poder. Sus leales ya han anunciado que se manifestarán ante las puertas de los juzgados.
Casi al tiempo, en la otra acera de la política italiana, el centroizquierda intentaba salir del callejón de la ruina. El PD eligió en Roma al socialista Guglielmo Epifani, de 63 años, como nuevo secretario general. Será el hombre encargado de acercar las diversas corrientes del partido –una trabajo ímprobo— con vistas al congreso que se celebrará en octubre. Entonces se verá si el liderazgo del partido recae en Enrico Letta o en Matteo Renzi. El actual primer ministro y el joven alcalde de Florencia son sin duda los valores fuertes de un centroizquierda que, bajo la dirección de Pier Luigi Bersani, no solo no supo rentabilizar la débil victoria en las pasadas elecciones, sino que se destruyó víctima de sus propias rencillas internas. Ahora, con la elección de Epifani, ex líder del CGIL, el principal sindicato italiano, pretenden lograr tres meses de relativa tranquilidad para apoyar al Gobierno de coalición –un trago muy amargo para el sector más izquierdista del partido— y hacer planes de futuro. El objetivo es justo el contrario del puesto en escena por Bersani. Dejar de ser comparsa del PDL de Berlusconi y arrebatarle al Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo su relación con las bases. Pero el punto de partida no puede ser más contradictorio. El centroizquierda aspira a convertirse de una vez en una opción de futuro mientras vive un presente mudo y cautivo de su socio Berlusconi. Y atraer a los votantes de Grillo sin tender ningún puente con los diputados y senadores del Movimiento 5 Estrellas. Después de tantos años de historia, de nuevo todo está por hacer.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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