La estrategia de Barack Obama en Afganistán se derrumba tras dos anuncios que afectan a su línea medular: la decisión de los talibanes de suspender las negociaciones con Estados Unidos y la petición del presidente Hamid Karzai de que las tropas extranjeras se replieguen a sus bases a final de este año. Ambas medidas, que se producen cuatro después de la matanza de 16 civiles afganos a manos de un soldado norteamericano, reducen extraordinariamente la posibilidad de un final ordenado de la guerra y acrecientan el peligro de más violencia y caos.
“El Emirato Islámico ha decidido suspender todas las conversaciones con los norteamericanos que tenían lugar en Catar hasta que los norteamericanos clarifiquen su posición en los asuntos a tratar y hasta que demuestren buen voluntad para cumplir con sus promesas en lugar de perder el tiempo”, afirma un comunicado de la organización talibán emitido a través de Internet y en el que califica la actitud sostenida hasta ahora por los negociadores de EE UU de “vacilante, errática y vaga”.
La negociación con los talibanes era el punto central de los planes trazados por la Casa Blanca para poner fin al conflicto en un contexto de transición política, y no de derrota militar o guerra civil. Iniciada de forma tentativa hace más de un año en Alemania, había avanzado hasta el punto de que los talibanes abrieron hace pocos meses una oficina permanente en Catar y comenzó a estudiarse la liberación de cinco presos de Guantánamo a cambio de un occidental que está en poder de los radicales islámicos.
El diálogo, no obstante, parece estancado desde el mes de enero, la última vez que el emisario norteamericano para Afganistán y Pakistán, Marc Grossman, el máximo representante de EE UU en ese proceso, viajó a Catar. La Administración, según relata el diario The New York Times, se ha encontrado con una fuerte resistencia en el Congreso, en ambos partidos, para poner en libertad a los presos en la base de Cuba.
Pese a todo, el Gobierno seguía trabajando para mantener las conversaciones y estaba procurando la mediación de Arabia Saudí, cuyo régimen posee una gran autoridad entre la mayoría islámica suní, a la que pertenecen los talibanes. Esta súbita ruptura, que ha desconcertado por completo a Washington, puede estar vinculada también a las sospechas alimentadas a raíz de la matanza en Kandahar de que la OTAN podría acelerar la retirada de Afganistán. A punto de entrar en el periodo del año en el que el clima permite incrementar los combates, los talibanes parecen tentados de agudizar la ofensiva militar para mejorar sus posiciones en ese frente.
Las dudas surgidas en los últimos días en EE UU y la OTAN sobre la marcha de este conflicto han sido aprovechadas también por Karzai para tratar de consolidar su posición política en su propio país. El presidente afgano ha pedido que las tropas extranjeras “dejen de patrullar las ciudades y las zona rurales y permanezcan en sus bases”, según se anunció en un comunicado emitido después de la reunión que sostuvo el miércoles en Kabul con el secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta.
El propósito de ese repliegue sería, de acuerdo a la nota del presidente, evitar que se vuelvan a producir sucesos como el de la muerte de los 16 civiles, entre ellos varios niños. Ese episodio, que ha creado una profunda conmoción entre la población afgana, amenaza también el prestigio de Karzai entre sus compatriotas.
Karzai no está satisfecho de la reacción que EE UU ha tenido tras la matanza. Quería que el sospechoso fuera juzgado de forma urgente y en Afganistán. Por el contrario, ya ha sido evacuado de ese país —actualmente se encuentra en Kuwait— y aún no se han presentado cargos formales contra él, por lo que ni siquiera se ha dado a conocer aún su nombre. Pese a que Panetta prometió a Karzai que se haría justicia con toda contundencia, los responsables militares han advertido que es preciso seguir el proceso legal de forma adecuada, y que es necesario esclarecer todos los detalles de lo sucedido antes de actuar contra el responsable.
Un repliegue hacia sus bases podría suponer la pérdida de todas las conquistas militares que se han hecho en los dos últimos años. El Ejército afgano no está aún en condiciones de garantizar la seguridad en el país y de oponerse a las fuerzas talibanes. La petición de Karzai, unida a la ruptura de las conversaciones de paz, coloca a EE UU y a sus aliados en un callejón sin salida en una guerra que ni pueden ganar ni pueden abandonar dignamente.
La próxima cumbre de la OTAN en Chicago, en mayo, se enfrenta a la urgencia de encontrar una nueva estrategia. Abandonar Afganistán precipitadamente sería tanto como huir de los talibanes. Quedarse contra la voluntad del mismo Karzai es convertir la guerra en una invasión.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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