Imposible saber aún a cuántos filipinos ha matado el supertifón Haiyan —bautizado también como Yolanda— que el pasado viernes azotó este país castigado cada tanto por catástrofes naturales; la última, un terremoto hace un mes. Es imposible contar los muertos porque aún es imposible llegar a buena parte de las zonas del centro del archipiélago devastadas por el tifón posiblemente más potente que jamás ha tocado tierra. Lugares donde no queda un edificio ni un árbol en pie, todo está anegado de barro y los supervivientes buscan desesperados agua y comida. Los saqueos se repiten, incluso han intentado saquear alguno de los cargamentos de ayuda humanitaria. El presidente Beningno Aquino decretó ayer el estado de calamidad, lo que implica el envío de 800 soldados y más dinero (423 millones de dólares) para reforzar las tareas de rescate.
Esta catástrofe supone un desafío especial para las autoridades y las ONG que se afanan por hacer llegar a los supervivientes la ayuda humanitaria. Es una tarea extremadamente compleja por el alto número de víctimas y porque la zona arrasada por los fortísimos vientos que llegaron el viernes desde el este con una fuerza de más de 300 kilómetros por hora y rachas de 378 kilómetros, acompañados en muchos casos por olas hasta de 10 metros, son en realidad seis islas. "El reparto de la ayuda siempre es difícil de coordinar en una catástrofe de esta magnitud pero en este caso lo es más porque hablamos de islas", explicaba el teniente coronel francés Gabriel Foisel, avanzadilla junto a un bombero de las diez toneladas de ayuda humanitaria que envía Francia.
Un pequeño puente aéreo de tres aeronaves militares se encarga por ahora del transporte de ayuda (tiendas de campaña, mantas, agua...) a Tacloban, la capital de la provincia de Leyte, que tenía 220.000 vecinos hasta el viernes, y se perfila como el epicentro del desastre. Solo en la ciudad han muerto 10.000 personas, según cálculos de las autoridades asumidos por la ONU. Decenas de vecinos se arremolinaban a la entrada del aeropuerto suplicando ayuda.
Las autoridades locales aseguraron a Naciones Unidas que habían localizado allí una fosa común con entre 300 y 500 cadáveres. La mayoría posiblemente murió ahogada por la subida del agua, que entró tierra adentro profundamente, en una tragedia que a muchos les recordó, aunque obviamente a menor escala, el mortífero tsunami que castigo a toda la región en 2004. La ciudad de Tacloban ofrece imágenes apocalípticas con cadáveres por los suelos, hinchados y empezando a pudrirse con un calor que ronda los 30 grados.
Elisa Aguilar relata por teléfono desde Manila la situación de su primo Marc. El sábado por la mañana viajó a Tacloban gracias a unos contactos en el Ejército. "En un correo electrónico esta mañana me contó que al llegar se ha encontrado con que casi todas las casas están destrozadas, no hay comida, ni agua potable, ni gas... por supuesto tampoco hay electricidad. La gente no se está matando, pero se van a morir de hambre si no hay ayuda pronto, llevan cuatro días sin nada".
El grado de destrucción causado por el supertifón supone posiblemente las horas más bajas del presidente Aquino, hijo a su vez de presidentes y que lleva tres años en el poder. Ayer anunció el estado de calamidad en un discurso televisado y pidió a sus devotos conciudadanos cooperación y oraciones para superar la catástrofe porque "un tifón", dijo, "no va a arrodillar a Filipinas". Pero en vísperas de la llegada de la brutal tormenta dijo que su Gobierno confiaba en que hubiera cero víctimas en vista de las medidas de precaución adoptadas. O fueron insuficientes —es cierto que buena parte de los refugios donde se resguardó la gente saltaron por los aires como el resto de la infraestructura— o la potencia de la tormenta superó cualquier previsión. El asunto es que Aquino ha mostrado su desesperación ante la falta de concreción de los daños causados por Haiyan. Una televisión local llegó a citarle ayer espetándole al jefe de emergencias que estaba perdiendo la paciencia.
Más de una veintena de países han anunciado ayudas de emergencia y humanitaria. Desde los 150.000 euros donados por el Papa Francisco a las víctimas del mayor país católico de Asia hasta los marines prometidos por Estados Unidos. El Pentágono anunció este lunes el envío del portaaviones USS George Washington, que transporta a 5.000 marines y más de 80 aeronaves, para ayudar en las tareas de ayuda. El buque, que está previsto que parta a primera hora de la tarde de este martes de Hong Kong, donde hacía escala, llegará a Filipinas en un plazo de 48 a 72 horas.
Buena falta le hace a Filipinas la ayuda externa en este caso porque los fondos anuales para emergencias estaban prácticamente gastados tras el terremoto de 7,2 que sacudió también al centro del país hace un mes y el desplazamiento de personas por un conflicto armados con rebeldes musulmanes en una provincia sureña.
Los equipos de rescate todavía no han podido llegar a otras ciudades y pueblos arrasados en la trayectoria de este tifón —el más potente de la historia según muchos meteorólogos pero uno de la veintena de tifones que azotan Filipinas cada año—. O si han llegado, no han podido relatar lo que allí ven. "El único motivo por el que no tenemos informes de víctimas es porque los sistemas de comunicación están caídos", escribió el coronel John Sánchez en la página de las Fuerzas Armadas en Facebook informa Reuters.
Naciones Unidas recalcó que este "desastre masivo" requiere "una respuesta masiva" y puso cifras a la magnitud de lo que empiezan a mostrar las imágenes: casi diez millones de personas afectadas, 600.000 desplazadas de sus hogares y los 10.000 muertos estimados. Aunque John Ging, responsable de la coordinación humanitaria de las Naciones Unidas, admitió que al principio pensaron que la catástrofe había causado menos fallecidos, vistos los estragos se temen lo peor: "Conforme vayamos accediendo a las zonas afectadas, veremos qué pasa". Lo prioritario es recoger los cadáveres para evitar epidemias.
Naciones Unidas asegura que dos tercios de la ciudad de la ciudad de Baco, en la provincia de Mindoro Oriental, está inundada. Se estima que Haiyan destrozó el 80% de las estructuras de esta región central del país que vive de los cocoteros y de los arrozales. Por eso se teme que a medida que los equipos de rescate avancen y vayan comunicando sus hallazgos aumente el número de muertos, el de heridos y desaparecidos.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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