El presidente ruso, Vladimir Putin, ha llegado este martes a Pekín para asistir a la cumbre anual de la Organización para la Cooperación de Shanghai (SCO, en sus siglas en inglés), que se celebra esta semana. El organismo, integrado por los países de Asia Central y China, centra su actividad principalmente en temas de seguridad. Pero la visita del jefe de Estado ruso, de tres días de duración, tiene mucho mayor calado. Putin abordará con los líderes chinos la situación en Siria e Irán, e intentará hacer avanzar las negociaciones mutuas en materia energética. Además, tendrá la oportunidad de entrevistarse con el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, que esta semana estará también en Pekín.
China y Rusia han rechazado los llamamientos de la comunidad internacional para presionar al régimen sirio por la espiral de violencia y se oponen a sanciones adicionales contra Irán sobre su supuesto plan para desarrollar armas nucleares. Rusia es aliado, desde los tiempos de la Unión Soviética, del régimen sirio, a quien vende armas, mientras que Pekín —opuesto siempre a la injerencia extranjera— rechaza sentar precedentes que un día podrían volverse en su contra, por ejemplo en Tíbet o Xinjiang, regiones en las que tiene graves conflictos étnicos.
El viaje de Putin a China —el primero que efectúa a Asia desde que asumió por tercera vez la jefatura del Estado a principios de mayo— se produce tras los intentos fallidos de la Unión Europea de convencer a Rusia de que presione más al presidente sirio, Bachar el Asad, para que ponga fin a la violencia. Tanto Moscú como Pekín han dejado bien claro que rechazan cualquier paso que pueda conducir a una intervención armada extranjera contra Damasco.
La presidencia de Putin entre 2000 y 2008 estuvo marcada por repetidas confrontaciones con Occidente. En la cumbre con la UE celebrada este lunes en San Petersburgo, dio un capotazo a los líderes europeos sobre la crisis siria y se limitó a señalar: “Nuestra posición no coincide en todos y cada uno de los temas”.
Durante su visita a Pekín, Putin y los dirigentes chinos tienen una amplia agenda que tratar. Además de las crisis internacionales, abordarán asuntos relaciones con sus fuertes intereses económicos, especialmente en el sector energético. Rusa y China se han fijado como objetivo alcanzar unos intercambios comerciales de 100.000 millones de dólares (80.340 millones de euros) para 2015, frente a 83.500 millones de dólares (67.100 millones de euros) el año pasado.
Los dos países prevén firmar 17 acuerdos diplomáticos y económicos estos días. De ellos, no formará parte un contrato gasístico en negociación desde hace tiempo, por el cual Rusia suministraría 70.000 millones de metros cúbicos de combustible al año a su vecino, según ha informado la compañía Gazprom. ¿Razón? Disputas en el precio.
Las relaciones entre los antiguos rivales durante la guerra fría han mejorado continuamente durante el mandato de Putin. A pesar de ello, los desacuerdos y la desconfianza permanecen. Moscú está claramente enojado por que China haya copiado sus aviones de combate y otros equipos militares, y las diferencias sobre el precio de los suministros de gas ruso a China duran desde hace años. Moscú prefiere que las tarifas del gas estén ligadas a las del petróleo, como hace en Europa, mientras que Pekín quiere que sean inferiores.
Putin ha utilizado sus ascendentes relaciones con Pekín como contrapeso al dominio global de Estados Unidos, y ambos países han encontrado una causa común en el rechazo a los llamamientos occidentales de más apertura política y respeto a las libertades civiles en sus países.
La Organización para la Cooperación de Shanghai tiene lugar miércoles y jueves en Pekín. El organismo está integrado por Rusia, Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán, Uzbekistán y China.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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