Ochenta años. Proeza
es andar tanto camino,
retando siempre al destino,
sin doblegar la cabeza.
Sobre mi cabeza cana
se acumula mucha nieve,
se ha puesto la noche breve
y lóbrega la mañana.
Los buenos no van delante,
ni los malos van detrás,
no avanza el que corre más
ni el que es mejor caminante.
No siempre es justa la muerte,
juguete de sus caprichos,
descendemos a los nichos
por decreto de la suerte.
Tengo amigos en mi lista,
viajeros del mismo tren,
que han bajado en el andén
de una estación imprevista.
Los que se fueron primero,
los que se han quedado atrás,
no imaginaron jamás
precederme en el sendero.
La muerte con su guadaña,
imita al destino humano;
corta el árbol en el llano
y también en la montaña.
La vejez tiene su encanto,
si el dolor nos extermina,
también el dolor termina
en la paz del camposanto.
En esta cima nevada,
desde mis ochenta años,
cargado de desengaños
no queda nada de nada.
Pero a esta altura suprema,
no llega el canto del grillo,
ni el de la envidia sin brillo,
ni el de la lengua blasfema.
Desde esta cumbre serena,
se ve que todo concluye,
que cuanto el hombre construye
se levanta sobre arena.
Se entiende mejor la vida,
la violencia es menos fuerte,
se acepta mejor la muerte,
la gente es más comprendida.
El aire que hoy se respira
es diferente al de ayer:
en lo físico el placer;
en lo moral, la mentira.
Se está apagando mi tea,
más que el peso de los años,
me causa mayores daños
el mundo que me rodea.
Las estrellas y las rosas
conservan todas sus nombres,
pero son otros los hombres
y diferentes las cosas.
Es tan inmenso el abismo
que separa las dos eras,
que al medir esas barreras
me desconozco a mí mismo.
Vivo entre seres extraños
y en mi intimidad secreta,
me siento en otro Planeta
con distancia de mil años.
De cuanto amé poco existe,
caminando sobre el lodo
me acerco al final de todo
desengañado y más triste.
Se oculta tras la barranca
el sol del atardecer,
se oye la nieve caer
sobre mi cabeza blanca.
Seguirá así si cesar
hasta que se cierre el broche
sobre la flor de la noche,
y nunca vuelva a nevar.
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Joaquín Balaguer: "Voz Silente"
Santo Domingo, República Dominicana, 1992, pp. 95-97
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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