Tal día como ayer de hace 23 meses, el presidente Manuel Zelaya se despertó con un fusil de su Ejército apuntándole a la cara. Los golpistas lo sacaron de Honduras en un avión militar y lo abandonaron, en pijama, en San José de Costa Rica. Ayer volvió. No en el maletero de un coche -como aquel 21 de septiembre de 2009 en que logró colarse en la Embajada de Brasil en Tegucigalpa-, sino en un vuelo procedente de Managua, acompañado de varios mandatarios internacionales y entre los vítores de sus partidarios reunidos en multitud. La operación de regreso, firmada el pasado domingo en Cartagena de Indias por el propio Zelaya y el actual presidente, Porfirio Lobo, fue preparada minuciosamente por los ministros de Exteriores de Venezuela y Colombia y apadrinada por el secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza. Porque el regreso de Zelaya permitirá también que, el próximo miércoles, Honduras vuelva a ser admitida en el seno de la OEA, de donde fue expulsada una semana después de que el golpista Roberto Micheletti usurpara el sillón presidencial.
Si algo caracterizó al golpe de Honduras fue el inmediato y unánime rechazo internacional. Solo unas horas después de que Zelaya fuese sacado del país, Insulza viajó a Tegucigalpa y, tras constatar la poca disposición de los golpistas a reconsiderar su actitud, regresó a Washington y preparó la expulsión fulminante de Honduras. Se trataba, sobre todo, de plantear un pulso al presidente de facto, Roberto Micheletti. ¿Cuánto tiempo sería capaz de aguantar un país tan pequeño, apenas ocho millones de habitantes gobernados por una docena de familias ricas, frente a todo el mundo unido en su contra? Desde Barack Obama, que llegó a retirar el visado a los políticos golpistas, hasta Hugo Chávez, que suspendió los envíos casi gratuitos de petróleo, todos los países estrecharon el cerco sobre Honduras. La sorpresa fue que Micheletti, tozudo como él solo, no solo no dio su brazo a torcer, sino que se fue creciendo en el castigo.
Una tras otra, las misiones internacionales que llegaban a Honduras para restaurar la concordia regresaban a sus países con el rabo entre las piernas. Así le sucedió al expresidente chileno Ricardo Lagos o a una multitudinaria misión de la OEA que cuatro meses después del golpe llegó a Honduras a bordo de cuatro aviones repletos. Su objetivo, presionar a Micheletti. Pero lo único que cosecharon fue una bronca de campeonato. "Fíjense lo que les digo", bramó el golpista, "en este país no tememos a Estados Unidos, ni a Brasil... A lo único que tememos aquí es a Mel Zelaya. Tenemos pánico de Mel Zelaya".
No había manera. Aquella bronca, retransmitida en directo por televisión, fue presenciada por Manuel Zelaya desde su refugio de la Embajada de Brasil en Tegucigalpa. Porque otra de las características del golpe fue la determinación de Zelaya por volver a su país, por las buenas o por las malas. El primer intento se produjo el 5 de julio de 2009, a bordo de un avión venezolano, pero los militares hondureños tomaron la pista del aeropuerto de Toncontín y cargaron salvajemente contra sus partidarios. El disparo de un soldado mató al joven de 19 años Isis Obed Murillo, que se desangró sin remedio camino del hospital. Más tarde, el 24 de julio, Zelaya intentó inútilmente entrar a pie desde Nicaragua. Finalmente, el 21 de septiembre, logró colarse en la Embajada de Brasil, donde permaneció junto a alguno de sus leales más de cuatro meses. Micheletti, imperturbable, observaba desde la Casa Presidencial cómo su enemigo -y antiguo compañero en el Partido Liberal- empezaba a perder la guerra psicológica. Zelaya llegó a denunciar un plan del Gobierno golpista para matarlo y que pareciera un suicidio: "Lo advierto ante la comunidad internacional. El hijo de Hortensia y José Manuel no se suicida". Acto seguido, forró su habitación con papel de plata para evitar "los ultrasonidos".
Zelaya no abandonó su refugio de la Embajada de Brasil hasta que Porfirio Lobo, el candidato del Partido Nacional, fue investido presidente el 27 de enero de 2010. Después, durante más de un año, su estela se perdió en el exilio. Pero las buenas relaciones que disfrutan ahora Venezuela y Colombia, la llama que en Honduras mantuvieron encendida sus partidarios del Frente Nacional de Resistencia Popular y los buenos oficios de Porfirio Lobo hicieron el milagro. Zelaya regresó ayer entre vítores y canciones a su país, del que fue sacado un día como ayer de hace 23 meses, a punta de fusil y en pijama.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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