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Isabel Pantoja, como un torrente al asalto de Aranjuez

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Isabel Pantoja quiere tanto a su hija como Madame de Sévigné a la suya. Si la marquesa de Grignan se fue a Provenza, Isabelita se ha ido a Sanlúcar. Si Sévingné escribía cartas, Pantoja canta con destinatario. La sevillana es desde hace años una mujer en conflicto permanente cuyas canciones funcionan como comodines. Lo mismo sirven tras un calabozo, un novio que ha salido chungo o para una hija. También es verdad que, metidos en «patojología», llega a cantar «Mi abuelita tenía un pollito» y la descodificamos con la máquina Enigma. Ella se había encargado de calentar el ambiente con sus declaraciones a propósito de que no ve a la chiquilla. Cualquier cosa que cantara la noche del viernes era para Chabelita. Empezó con «Embrujao por tu querer» («tengo en carne viva por tu culpa el corazón») y siguió con «Pero vas a extrañarme». Y aquello era como un torrente. Una mujer desgarrada, un vozarrón. Yo la he visto muchas veces y nunca la he visto (ni escuchado) mejor. Una mujer diminuta al natural y engrandecida en el escenario, aunque gaste la talla 36 (ayudaron los tres modelazos de los modistos López de Santos). Lucía un aspecto que al principio tiraba a Betty Missiego (por el moño bajo) y hasta a María Callas. Y luego a la Lola Flores de Carlos Saura. Debe de ser que todas las artistas llegadas a una edad se parecen, aunque Tolstoi no lo dijera. Salió Isabel Pantoja al Casino de Aranjuez, una llenísima y enorme sala de aire soviético, después de que una pantalla proyectara fotos suyas. Una cosa entre «power point» de las bodas y lo de los muertos en los Oscar (por los aplausos que iban y venían dependiendo de con quién apareciera, si con Rocío Jurado, Lola Flores o Manolo Escobar). El coro había cantado una introducción: «Isabel, Isabel, Isabel Pantoja», lo cual quedó en nada en el negociado de cañones a su persona (que reclamó) cuando ella misma soltó más tarde: «A la Pantoja la quiero yo y quien no la quiera que le dé un dolor». Pero las 1.600 personas que había allí estaban en su mayoría de acuerdo. Incluido su hijo, que le dio la sorpresa al aparecer. Todas las canciones fueron de una intensidad... «A pesar del tropezón» («te fuiste sin importarte que te quería, dejándome sola y triste en agonía»), la imprescindible «Así fue» y un «Procuro olvidarte» de llorar. Momento en que sí dijo: «Y se la voy a cantar a quien me dé la gana». Y también: «Para eso mi voz es mía y no tengo una silla» (referencia evidente a «Sálvame» de una persona que asegura que en su casa solo se ve Nova, pero sus abogados lo graban todo). Continuó con «Mi amigo», «Soledad», «Sevillanas de Triana», el clásico «Tú a mí no me vas a hundir», «Feriante» o un enorme «Tengo miedo». Mira, si va a seguir cantando (y bailando) así que no se contente con la niña. Continuó con «A tu vera», «Te he de querer mientras viva» o «Capote de grana y oro». Y estuvo hasta graciosa cuando le pidieron canciones viejas: «Yo cambio el chou y no sirve de na porque me pedís lo mismo». Remató con «El moreno» (para la que casi ordenó salir a bailar) y con la «Salve» rociera, que Kiko Rivera cantó de pie. Lo de Pantoja es un melodrama sirkiano como «Imitación a la vida». Solo hay que esperar que la hija vuelva antes de que ocurra alguna desgracia. Pero Pantoja canta sus espirituales mejor que Mahalia Jackson. Lissette Garcia RosasSinEspinas

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