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Obama mintió a Angela Merkel

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Lejos de amainar, el temporal desatado por la noticia del pinchazo del teléfono de la canciller Merkel por la NSA se ha convertido en una furiosa tempestad para las relaciones entre Alemania y EE.UU. Correligionarios de la canciller reclaman suspender ya las negociaciones sobre el tratado de libre comercio entre la UE y EE.UU., y el 76 por ciento de los alemanes exigen una disculpa de Obama, según una encuesta del instituto Emnid que publicaba ayer el «Bild am Sonntag». Este mismo dominical se encargó de lanzar la última bomba informativa. Basándose en datos de los servicios secretos estadounidenses, asegura que en 2010 el jefe de la NSA, Keith Alexander, informó personalmente a Obama del espionaje a la mandataria germana, y que el propio presidente autorizó que siguiera la vigilancia. Lo que contradice abiertamente las explicaciones que dio Obama a Merkel por teléfono el pasado miércoles. Según el «Frankfurter Allgemeine Sonntagszeitung», Obama aseguró a la canciller que él no sabía nada de que la espiaran y que si lo hubiera sabido lo habría parado. De ser ciertas las informaciones de los medios alemanes, Obama habría mentido a la canciller. Según el «Bild am Sonntag», Obama «ordenó que continuara la operación». Es más, «pidió a la NSA un amplio dossier sobre la canciller», ya que el presidente «no se fiaba» de Merkel y quería saberlo todo sobre ella. El espionaje a la canciller no se limitó al viejo móvil de su partido, sino que también pinchó el nuevo aparato supuestamente ultraseguro que recibió el pasado mes de julio. Los agentes husmeaban cada conversación y cada mensaje SMS. Esas informaciones no se enviaban a la central de la NSA en Maryland, sino que iban directamente a la Casa Blanca. Solo una línea fija de teléfono en la Cancillería quedó fuera del radar de la NSA. Toda esta operación de seguimiento de la canciller se orquestó desde la Embajada de Estados Unidos en Berlín, situada a unos 800 metros de la Cancillería. Se encargaban de ella dieciocho agentes de la NSA, que trabajaban en un «Servicio Especial de Captación» alojado en la cuarta planta de la sede diplomática. No solo el móvil de la canciller, sino todas las comunicaciones del barrio gubernamental habrían sido objeto del espionaje. Schröder, también vigilado Las escuchas a Merkel empezaron en 2002, tres años antes de que fuera nombrada canciller, aseguraba el sábado el semanario «Der Spiegel». Ayer, «Bild am Sonntag» decía que el predecesor de Merkel, Gerhard Schröder, también fue espiado por la NSA a cuenta de la oposición de su Gobierno a la guerra de Irak. No solo la negativa a participar de forma directa en esa guerra, sino también las amistosísimas relaciones de Schröder con el presidente ruso, Vladímir Putin, pusieron en marcha a la CIA y la NSA. Después, las escuchas continuaron con Merkel pese a que, en teoría, las relaciones germano-norteamericanas eran inmejorables. El enfado de la opinión pública y la clase política es considerable. Ayer, el ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, elevó el tono del desencuentro al señalar que Embajadas y diplomáticos «tienen que respetar la ley alemana», y eso vale «para alemanes y extranjeros, para ciudadanos y empresas, y también para diplomáticos y Embajadas». «No todo lo que es técnicamente posible es políticamente razonable», añadió, para advertir a continuación que el escándalo «amenaza con minar los lazos» que unen a ambos países. Los socialdemócratas, previsibles socios del futuro Gobierno de Merkel, respaldan la exigencia de la socialcristiana Ilse Aigner, ministra de Economía de Baviera, de suspender las negociaciones sobre el tratado de libre comercio «hasta que se haya aclarado el asunto de las escuchas». Al tiempo que el ministro del Interior, Hans-Peter Friedrich, amenazó a los espías estadounidenses con «consecuencias legales», ya que «las escuchas son delito, y los responsables van a tener que rendir cuentas». Pero los espías en cuestión, según «Der Spiegel», están acreditados como diplomáticos y gozan de privilegios que dificultarían su persecución penal. El ministro, por supuesto, lo sabe. Su airada reacción, como la de Aigner, hay que verla en el contexto de la necesidad de justificarse ante la opinión pública y ciertas inercias populistas que aún quedan de la reciente campaña electoral. Friedrich, además, alza el tono ante la necesidad de tapar las deficiencias del contraespionaje alemán, incapaz durante décadas no ya de poner freno a las escuchas, sino de detectar su mera existencia. Nadie ha pedido cuentas todavía al espionaje alemán, y en las tertulias televisivas sobre el escándalo es difícil pasar por alto incluso un cierto orgullo de que Alemania sea el único país europeo de color naranja (prioritario)en el mapa del diario «The Guardian», que dividía por colores los países a espiar. Ahí, Alemania es tan «importante» como Irán y China. Lissette Garcia RosasSinEspinas

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