En pleno encuentro con los pobres de Asís, mientras les hablaba sin papeles, desde el corazón, el Papa Francisco se refirió de nuevo a la tragedia de los cientos de inmigrantes ahogados a unos cientos de metros de la isla de Lampedusa. El 4 de octubre es la fiesta de San Francisco. Es la fiesta de la ciudad natal del patrón de Italia. Pero el Papa les dijo: «Hoy es una jornada de llanto».
Les hablaba en el salón del palacio episcopal, donde Francisco de Asís -en 1207, delante de su padre y del obispo-, se despojó de sus lujosas ropas como gesto de su compromiso irrevocable con la pobreza y con los pobres.
Les estaba comentando que «la Iglesia somos todos los fieles, por eso tenemos que despojarnos cada uno. ¿De qué? Del espíritu mundano: la vanidad, la prepotencia, el orgullo, que son ídolos. Y la idolatría es el peor pecado».
El Papa comentaba que «el espíritu mundano nos hace daño», a cada uno y a los demás, pues «es una actitud homicida». Especificó que «la mundanidad espiritual mata. Mata el alma, mata las personas, mata la Iglesia». Y de ahí pasó a comentar las tragedias que presenciamos cada día en todo el mundo, incluida la de las decenas de miles de inmigrantes que han muerto ahogados en el Mediterráneo intentando llegar a Europa.
No propuso medidas, que corresponden a la sociedad civil y a las autoridades. En su viaje a Lampedusa el pasado mes de julio había identificado las causas: un sistema económico de explotación, las personas que «con sus decisiones a nivel mundial han creado la situación que lleva a estos dramas», «quienes generan guerras», «quienes trafican con el sufrimiento», y finalmente, quienes se dejan caer en «la globalización de la indiferencia».
Es comprensible que, ante la enésima repetición de la tragedia, el Papa denunciase el martes: «Sólo se me ocurre la palabra vergüenza. ¡Es una vergüenza!».
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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