Nicolás Maduro, el presidente ungido en su lecho de muerte por el caudillo bolivariano Hugo Chávez, cerró en la noche del jueves la campaña electoral más corta de la historia de Venezuela, de tan solo diez días de duración, con un gigantesco acto de masas en Caracas. Ante cientos de miles de partidarios vestidos de rojo y acompañado por el exfutbolista Diego Armando Maradona, Maduro, con camisa blanca, llamó a una victoria aplastante, con no menos de 10 millones de votos, en las presidenciales del domingo. “La burguesía cree que la revolución llegó a su fin, que el chavismo se acabó, pero hay Chávez para rato en la historia futura de esta patria libre e independiente, la revolución continúa”, clamó.
El huracán bolivariano estaba programado para coincidir con el undécimo aniversario del golpe de Estado fracasado contra Chávez y el mitin, plagado de jaculatorias revolucionarias, tuvo el carácter de una ceremonia religiosa en la que Maduro fue entronizado como el verdadero y único hijo del “comandante supremo”, del “redentor de los pobres”, del “gigante de los pueblos latinoamericanos”.
El presidente encargado no dejó pasar la efeméride y amenazó al líder opositor, Henrique Capriles, con estas palabras: “Si el señorito se atreve a desconocer los resultados del domingo, llamaré al pueblo y se convertirá en otro Carmona”, en alusión al empresario Pedro Carmona, cabeza visible del golpe de 2002.
Asimismo, prometió luchar contra la inseguridad ciudadana, acabar con la corrupción, mejorar las infraestructuras y la situación económica, sobre todo en el sector eléctrico, que prometió declararlo “asunto de seguridad nacional” y “militarizar” todo el sistema.
La marea roja chavista llenó las siete principales avenidas del centro de la capital. Miles de personas y empleados públicos acarreados en autobuses en el mejor estilo del PRI mexicano se concentraron en el centro de Caracas para dar el apoyo de la raza a su candidato. Todos los entrevistados explicaban emocionados su presencia expresando su agradecimiento a la obra social de Chávez y su plena confianza en Maduro. Patria, lucha, revolución y amor al comandante eran las palabras más repetidas así como los eslóganes “¡Chávez, te lo juro, voto por Maduro!” y “¡Con Maduro, el pueblo está seguro!”. Algunas mujeres llevaban un bigote postizo en homenaje al “candidato de la patria” como le llaman los medios oficiales.
Capriles cerró su campaña en el Estado de Lara, en el centro oeste del país. Llamó a los venezolanos a “derrotar la violencia” y a sacar al país adelante con “esperanza, fuerza y valentía”. Prometió la creación de tres millones de empleos nuevos, una subida salarial general del 40% y dijo que el domingo la elección es “entre la vida y la muerte”.
Dada la extrema polarización política que vive el país, la campaña ha sido un intercambio de golpes más que de propuestas entre el heredero del líder bolivariano y el candidato opositor, y una especie de segunda vuelta de las elecciones del pasado 7 de octubre cuando el oficialismo se impuso por 1,8 millones de votos (cerca de 8 millones contra seis). Ha sido también la primera sin la presencia física de Chávez aunque su fantasma haya estado permanentemente en el primer plano de la propaganda del Gobierno hasta el extremo de convertir los comicios en una guerra santa en honor del “hijo del Cristo de los pobres”. En cualquier caso, como dice el analista Manuel Felipe Sierra, “aunque Maduro haya actuado como un médium del caudillo, la desaparición de Chávez es ya un elemento de distensión y gane quien gane se abrirá una nueva etapa política en Venezuela”.
El recuerdo constante del comandante por parte de Maduro, al que ha citado más de 5.000 veces y ha llegado a aparecérsele como un pajarito es una escena ridícula que dio la vuelta al mundo, podría tener efectos indeseados. Si por una parte, el antiguo sindicalista y exministro de Exteriores, quien nunca antes se ha sometido al veredicto de las urnas, necesitaba concentrar el voto de adhesión sentimental al líder fallecido, por otra la comparación entre los dos hombres y las constantes referencias al pasado juegan en su contra, según los analistas.
“El carisma de Chávez no se reemplaza. Era un encantador de serpientes que cuando hablaba producía un carrusel de emociones. Maduro es el rey del autogol”, afirma el poeta y escritor Leonardo Padrón. Su heredero se ha visto obligado a aprobar en sus primeros cien días de Gobierno dos devaluaciones del bolívar, que ha perdido un 46% de su valor, y sus promesas electorales sobre mejoras en las infraestructuras y servicios públicos corrían el peligro de sonar a críticas al nuevo santón popular. Pese a la demostración de fuerza de ayer, la fidelidad real del votante de simpatía chavista a Maduro es una de las incógnitas de la campaña. En anteriores elecciones, cuando el comandante no era candidato, el voto de sus partidarios bajaba. Esa abstención podría ser clave ahora cuando sondeos internos de algunos institutos de opinión apuntan a un resultado mucho más ajustado del que se preveía.
Si se confirmara esa tendencia será mérito indiscutible de Capriles, que aceptó la candidatura en unos momentos muy difíciles para la oposición tras sus derrotas en octubre y en las regionales de diciembre. En pocos días ha logrado devolver la esperanza a su electorado recurriendo a la munición empleada en las pasadas elecciones –garantía de que conservará las conquistas sociales del chavismo y promesa de una gestión más eficaz-, pero, sobre todo, empleando un tono mucho más agresivo contra su rival e insistiendo en las irregularidades del sistema electoral.
Sus críticas al Centro Nacional Electoral (CNE), integrado por mayoría de chavistas, así como sus sospechas de un posible fraude electoral han sido un tema central de su campaña. Semanas atrás se supo que un miembro del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) tenía acceso al sistema operativo de 45.000 máquinas de votación y hay dudas sobre la validez del censo electoral. Capriles ha hablado incluso de que el régimen prepara el llamado Plan Stalin para “torcer la voluntad popular”.
Estas circunstancias han sembrado la inquietud sobre la posibilidad de incidentes violentos en la noche electoral y en los días siguientes si alguno de los dos contendientes no reconociese su derrota. En ese caso será crucial el papel que adopten las Fuerzas Armadas, garantes del orden constitucional, pero muy ideologizadas en sus niveles más altos.
La violencia política ya ha estado presente en la campaña con el apaleamiento ayer de 14 partidarios del líder de la oposición en la ciudad de Mérida por descontrolados chavistas o días atrás el asalto a tiros y botellazos por otros fanáticos del régimen al campamento de un grupo de estudiantes que realizaban una huelga de hambre en una plaza de Caracas para exigir elecciones limpias. También la violencia común. Además de los asesinatos y balaceras habituales que recogen los periódicos, varias figuras populares en el país han sido víctimas recientemente de secuestros exprés.
La suerte está echada y solo hay una cosa segura: que gane quien gane heredará una complicada situación económica con una industria petrolera en crisis, alta inflación, gran déficit fiscal y deuda pública, apagones y acuciante desabastecimiento de alimentos básicos.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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