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Inmigrantes vagan por las calles de Lorca sin un refugio

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Los lorquinos se han ido. Algún miembro de la familia viene por la mañana, visita los daños causados por el terremoto en su casa, recoge pertenencias y luego se vuelve a Águilas o Murcia, a casas de familiares o a segundas residencias. Por la noche, sus viviendas permanecen mayoritariamente apagadas. Pero en la ciudad queda mucha gente que no tiene un lugar al que ir. Son la mayoría de los 13.000 inmigrantes (ecuatorianos, marroquíes, bolivianos...) que viven en la ciudad. Dicen que no tienen un lugar al que ir y suponen ya el 80% de los que siguen en los campamentos. Cargados con mantas, maletas, con sus bebés, en grupo y en solitario, subsaharianos, magrebíes y latinoamericanos eran ayer una de las imágenes de la ciudad.
Dos marroquíes charlan tranquilamente a la sombra de un árbol en un céntrico parque. Son Abdelhafid Bouhobba y Ali Elmourabiti, que trabajan, como la inmensa mayoría de inmigrantes en Lorca, en el campo. "Las casas se han caido y no tengo familia. No sé si irme o qué hacer. Los inmigrantes sentimos más la crisis y sentimos más el terremoto", explica Bouhobba, de 34 años y que lleva 10 en España. Su compañero explica cómo se encuentra: "Sin casa y sin trabajo. Problema grande", y se ríe del resumen de su situación.
En Lorca ya era habitual ver inmigrantes desde hace casi dos décadas. Trabajan en el campo, por un jornal cada vez menor, en la lechuga y en el brócoli, pero también en los bares y restaurantes. El casco urbano de la localidad (55.000 habitantes de los 92.000 del municipio) tiene un 20% de población inmigrante.
Ayer, el porcentaje era mucho mayor. Tanto, que los consulados de Ecuador, Bolivia y Perú montaron oficinas móviles en el campamento de la Unidad Militar de Emergencias. La cónsul de Ecuador, Cecilia Erique, ya ha atendido a unas 1.200 familias. Tiene su oficina improvisada (una mesa de plástico tras una bandera de Ecuador) ante el local de los Coros y danzas Virgen de las Huertas.
"Los lorquinos nativos tienen familias y segundas residencias, pero los ecuatorianos que vienen tienen solo el núcleo familiar: una casa en la que viven. Si se les cae no tienen otro lugar".
Aunque la mayoría de los inmigrantes son adultos en edad de trabajar, hay situaciones especialmente penosas. María Olga Sánchez, de 70 años, está sentada en una litera junto a su marido, Bernardino Italo Vaca, de 80 años y ciego como consecuencia de una diabetes. Hace 10 años esta pareja de peruanos vino a vivir con su hijo y hoy ambos están en la penumbra bajo la tienda verde montada por los militares. "Nos ayudan y nos tratan bien, pero estamos muy incómodos. Imagine para ir al baño. Mi marido no ve y no hemos podido sacar la silla de ruedas del piso, que está rajado".
Hay cientos de historias similares. Ante el club de petanca de Lorca se han congregado los peruanos, de los que hay unos 130 en el campamento de emergencia. Luis Villanueva, de 35 años, está con su bebé de siete meses y su esposa. "Llevamos dos noches durmiendo al aire libre. Esperamos hoy conseguir una tienda", explicó ayer al atardecer.
Si el día anterior quedaban bastantes lorquinos esperando una de las 3.000 camas en tiendas, ayer el campamento era casi exclusivamente de inmigrantes. Con el buen tiempo y el día tan largo, la situación era más o menos llevadera. En invierno o con lluvia habría sido mucho peor. Vladimir y William, de dos y tres años, sobrinos de la boliviana María Isabel Chaves, no habrían podido pasar dos noches al raso.
Aunque en general en Lorca ha habido una buena coordinación y respuesta ya surgen críticas. María Isabel protesta: "Solo nos dan pan, agua y leche fría. Nada caliente". Junto a sus vecinos y bajo una sombrilla hay tres familias de Bolivia y Ecuador. Compartían edificio y ahora suelo.
Las colas para conseguir una litera seguían siendo ayer larguísimas. El ecuatoriano Arturo Javier, harto de no conseguir una litera, carga contra la policía: "Los militares y la Cruz Roja nos tratan bien, pero los policías lo primero que hacen es pedirnos los papeles". La cónsul de Ecuador da una versión similar: "La policía trata de una manera déspota a los inmigrantes". Las esperas en el campamento y el paso de las horas enrarecen el ambiente.

Lissette Garcia
RosasSinEspinas

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