Gregorio "El Goyo" Cárdenas, mejor conocido como "El estrangulador de Tacuba".
En el año de 1942, los vecinos de la calle de Mar del Norte en la colonia Tacuba fueron testigos de uno de los acontecimientos más recordados dentro de la crónica policiaca nacional. Gregorio Cárdenas Hernández, joven de 27 años estudiante de química, becario por PEMEX, mató a cuatro jovencitas y las enterró de manera clandestina en su jardín. Sobre todo lo que rodea al crimen se han escrito y dicho muchas versiones, algunas aseguran que el homicida tenía toda la intención de revivir a sus víctimas a través de experimentos químicos con los cuerpos, se dice también que todo fue motivado por un odio irracional contra las mujeres y las versiones más atrevidas hablan sobre motivaciones puramente sexuales. Lo único cierto es que Goyo pasó 34 años encerrado tanto en Lecumberri como en la Castañeda, dos de los lugares más temidos por cualquier ciudadano mexicano de mediados del siglo pasado.
En septiembre de 1942, mientras buscaban el rastro de una joven de 17 años a la que se había reportado como desaparecida, la policía allanó una descuidada casona del rumbo de Tacuba, en cuyo interior se encontraron algunas probetas y varios frascos con sustancias químicas. El detective que dirigía la investigación revolvió los pocos muebles que había en la construcción, pero no pudo encontrar pista alguna. Cuando se disponía a salir de la casa, notó que en el pequeño jardín, lleno de lirios y enredaderas, las moscas sobrevolaban con insistencia una especie de promontorio lodozo. Extrañado, escarbó con un palo de escoba. De ese modo se descubrió el cementerio particular del mayor asesino de mujeres que hasta entonces hubo en México.
Al día siguiente, las imágenes de cuatro mujeres estranguladas con una cuerda —las cabezas envueltas en trapos—, iniciaron desde las primeras páginas de los diarios una danza macabra que desató la náusea entre la sociedad. El autor de los crímenes era un estudiante de química que pasaría a los anales del crimen convertido en el primer asesino serial en la historia mexicana: Gregorio Cárdenas Hernández, a quien a partir de entonces se conocería como “El Estrangulador de Tacuba”.
Durante su estancia en prisión, Cárdenas fue sometido a 40 peritajes. Ninguno de ellos logró explicar los misterios de una personalidad que tras cometer los peores crímenes de que se hubiera tenido memoria dedicó los años de reclusión a la escritura de varias novelas y al estudio del Derecho. En todo caso, cuando “El Estrangulador” fue liberado, en 1976, se encontraba apto para ejercer la abogacía y llevaba años defendiendo a los reclusos más pobres. En otro misterio que posiblemente ni otros 40 peritajes podrían explicar, Cárdenas fue ovacionado por los legisladores, durante una visita a la Cámara de Diputados. Esto provocó que la voracidad comercial intentara convertirlo en héroe de una historieta: “Aventuras de Goyo Cárdenas”. El intento, sin embargo, no fructificó. Al poco tiempo los crímenes fueron olvidados y Cárdenas pasó en la oscuridad los últimos años de su vida.
El Doctor Gonzalo Lafora nos dice:
Respecto del cuadro clínico, “se advierten en los antecedentes hereditarios de Cárdenas... -dijo el doctor Lafora- ...evidentes signos patógenos. Tanto en la línea materna como en la paterna existen detalles susceptibles de acusar una herencia enfermiza. El padre de Gregorio sufrió de jaquecas hasta los treinta y un años, hecho que debe ser tomado en consideración por la circunstancia de haber persistido hasta tal edad”. En la línea materna, el doctor Lafora logró obtener datos que fijan como explosivo el tipo temperamental de la abuela del sujeto. Debe agregarse a esto la circunstancia de padecimientos epilépticos en dos de las hermanas de Gregorio, así como el detalle de la enuresis (orinarse en la cama) del propio criminal, que sufrió dicho fenómeno hasta los dieciocho años de edad, unido a los clásicos pavores nocturnos. Cárdenas Hernández padeció siempre de pesadillas angustiosas, cefaleas y vértigos, y durante su vida consultó con frecuencia a numerosos médicos. En los últimos meses sufría reacciones depresivas, mientras por otra parte llevaba una vida de trabajo activo y aparentemente normal.
La vida sexual de Gregorio Cárdenas se inicia a los once años, con las manifestaciones narcisistas habituales, sin ninguna tendencia hacia la pederastia o el incesto. A la edad de dieciocho años comienza a frecuentar prostitutas, llegando a padecer algunas enfermedades venéreas, en una de las cuales se descubre la existencia del treponema pálido, sin que el tratamiento de la enfermedad se condujera en forma enérgica. En 1940 entra en relaciones con Virginia Leal, a quien conoce en un baile y después hace su amante. Virginia, después de un corto espacio de tiempo, lo abandona, hecho que Gregorio consigna en su diario. Parece ser que esta decepción amorosa le crea ciertas inclinaciones hacia el resentimiento y el rencor, en contra de las mujeres. Más tarde conoce a Gabina González, a quien posee sin haberse casado, por lo cual la familia de ella recurre a los tribunales para obligarlo a contraer matrimonio. Después de una corta temporada matrimonial, Gregorio se divorcia, acusando de infidelidad a su esposa. En el intervalo que sigue y hasta sus relaciones con Graciela, frecuenta a meseras de restaurantes y cabarets. Los amores de Gregorio Cárdenas con Graciela Arias arrojan datos de sumo interés, para la fijación de la personalidad del criminal. Graciela, en efecto, representa un hecho nuevo en la vida de Gregorio.
Continuamente se siente acosado por los celos en relación con Graciela; el temperamento de ella lo desquicia, ya que con frecuencia tienen choques. En cierta ocasión en que Graciela habla por teléfono, Gregorio la increpa acerca de con quién se encuentra hablando, a lo cual Graciela replica vivamente que, si le interesa saberlo, investigue, respuesta que produce extraordinaria desazón en Cárdenas Hernández. Justamente antes de estrangular a Graciela, el homicida tiene una escena de celos con ella, después de la cual sufre el acceso de epilepsia durante el cual mata a la muchacha.
La actitud de Gregorio con respecto a los animales es particularmente sintomática. Por ellos siente una especial ternura y delicadeza. Durante algún tiempo mantiene relaciones con una muchacha, de apellido Romero, quien, según Gregorio, le profesaba extraordinario cariño. La joven lo visitaba en la casa de Mar del Norte, donde Gregorio tenía un conejillo que usaba como animal de experimentación. Muerto accidentalmente el conejillo, entre la muchacha y Gregorio le dan sepultura, encontrándose ya tres de las víctimas enterradas en el jardín, buscando precisamente el lugar más opuesto a donde yacían las mujeres estranguladas por el criminal. “Por un momento -confiesa Gregorio Cárdenas Hernández al doctor Lafora- tuve el deseo de poseer por la fuerza a la muchacha, para estrangularla después”. No obstante, por quién sabe qué razones, el criminal se domina y no hace nada en contra de la joven. “El impulso homicida de Gregorio Cárdenas -afirma el doctor Lafora- no surge en todo momento. Su vida amorosa obedece siempre a impulsos sentimentales”. El doctor Lafora narra a continuación el hecho, ya suficientemente conocido, de cómo ante un alacrán, que apareció en la casa de su familia, Gregorio tuvo escrúpulos para darle muerte.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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