Al sur de la sede del New York Stock Exchange (NYSE), en la calle Wall Street, donde a diario viajan a través del éter millones de dólares, hay una flamante tienda de coches BMW que hace esquina. Habitualmente frente a sus escaparates pasean frenéticos los oficinistas que trabajan en el distrito financiero, con sus cafés aguados en la mano y sus maletines camino de la bolsa.
Hoy, en cambio, ése era uno de los puntos elegidos por el movimiento Ocupa Wall Street (OWS) para el desayuno del 17-N. Convocados a las siete de la mañana en el parque Zuccotti, epicentro hasta su reciente desalojo de la protesta contra los abusos del poder financiero que hoy cumple dos meses, más de un millar de personas se repartieron desde ahí en diferentes marchas, ocupando diferentes intersecciones de este barrio de rascacielos antiguos y calles angostas. El objetivo oficial de la protesta, la primera de toda una serie de acciones que se desarrollarán a lo largo del día en Nueva York y otras ciudades estadounidenses, era impedir que el mayor símbolo del capitalismo, la bolsa neoyorquina, pudiera abrir puntual como cada mañana con su toque de campana.
Los propios manifestantes sabían que conseguirlo iba a ser prácticamente imposible ya que el ayuntamiento defiende la Bolsa con un ejército de policías, vallas, caballos, vehículos y porras desde que comenzaron las protestas hace dos meses y por supuesto hoy su presencia era aún masiva. “Era un objetivo simbólico. Pero en realidad llevamos días planeando bloquear las intersecciones con sentadas pacíficas para complicar los accesos a la bolsa, que sí es posible. Lo principal es que la gente que trabaja en el área tenga dificultades para llegar a la oficina. Es nuestra manera de hacernos oír. Y la desobediencia civil, con sentadas pacíficas y obligando a la policía a arrestarnos es ahora una de las estrategias”.
Laurie Dobson, una activista del estado de Maine, que se mudó a Nueva York hace diez días para unirse al movimiento OWS lo explicaba sonriente con unas gafas antiniebla como las de los esquiadores reposando sobre su cabeza. “Estoy dispuesta a dejarme arrestar pero no quiero sufrir los efectos del gas pimienta de la policía” aclaraba en Wall Street frente a una de las barricadas policiales. No era la única con armadura. Algunos manifestantes llevaban gafas de nadador y otros cojines “para evitar que me hagan daño con las porras” decía uno.
Violencia para reprimir las protestas
La violencia policial contra los manifestantes (de la que no se han salvado ni los periodistas, como ha denunciado Reporteros Sin Fronteras), recogida en numerosos videos que circulan por internet, ha sido la norma desde que comenzaron las protestas, que sólo en Nueva York han provocado en dos meses el arresto de más de 1100 personas.
A ese número se unieron al menos 60 más durante las primeras horas de la mañana de hoy según ha confirmado la policía, que se ha enfrentado a múltiples sentadas que se han ido reproduciéndose de forma paralela en todas las intersecciones cercanas a la bolsa. Y mientras unos se dejaban arrestar de forma pacífica, como hicieron hace 40 años los representantes de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, la Policía obligaba al resto a agruparse sobre las aceras desde donde agitaban pancartas y le gritaban al unísono a los agentes “deberíais avergonzaros”. Otros trataban inútilmente de dialogar con ellos, y otros asistían a la escena mientras entablaban debates filosóficos: “¿Es posible ser capitalista y no ser avaricioso?”. La pregunta la pronunciaba un imberbe estudiante de primero de carrera al que su amigo le contestaba “Me gustaría creer que sí aunque resulta difícil”.
Un manifestante de Ocupa Wall Street discute con un propietario de un comercio cercano a la zona financiera de Manhattan. / STAN HONDA (AFP)
Mientras en diferentes esquinas se reproducían escenas como esta, frente a la tienda de BMW varios oficinistas frustrados observaban las trifulcas con una mezcla de indignación y resignación. John Joyce, un trader que trabaja en la calle Wall Street para IP Trade Networks, explicaba café en mano que llevaba una hora dando vueltas por el barrio como una peonza. “La policía me manda de una esquina a otra y en todas me dicen que no puedo pasar. Si lo que querían era complicarle la vida a Wall Street sin duda lo han conseguido. Pero no me gusta lo que hacen. Esta protesta daña la economía de los pequeños comerciantes del barrio y a los trabajadores como yo”. A las nueve de la mañana un agente le acababa de decir que tendría que esperar “al menos dos horas más” para poder acceder a su trabajo, situado justo frente al NYSE. A pocos metros, los dependientes de la tienda Thomas Pink, dedicada al mundo del elegante traje de chaqueta, observaban a través del cristal los arrestos que se sucedían frente a ellos sin atreverse a colgar el cartel de “abierto”.
Y como en Nueva York nunca faltan los contrastes, la mañana producía historias como la de Martha Elliot, que en la esquina de Wall Street con Hannover Street explicaba maletín en mano: “Trabajo en la bolsa y la policía no me deja pasar así que me he ido a ver a mi marido que está protestando dos calles más abajo. Ya sé que suena absurdo pero ¿qué puedo hacer? A veces siento que trabajo para ‘el enemigo’ pero por otro lado tengo un buen sueldo y muy buenas condiciones laborales y lo que me gustaría es que todo el país las tuviera, no solo los que trabajamos en este barrio”. José Muñoz, un transportista de Coca-Cola, atrapado durante tres horas con su camión en una calle contigua, se lo tomaba con filosofía zen y una gran sonrisa: “Ya era hora que alguien le dijera a los millonarios que no pueden quedárselo todo para ellos. Y mientras… pues aquí estamos, pasando el rato hasta que estos chicos se cansen de protestar. Yo no paro nunca de trabajar si no también protestaría”.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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