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La hipocresía de los aliados árabes de Obama en la lucha contra la yihad

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No será una guerra «como las de Bush», pero tiene que contar con la parafernalia que rodeó las dos invasiones norteamericanas de Irak para evitar la impresión de que Estados Unidos actúa en solitario. Barack Obama ha roto las hostilidades con los yihadistas del Estado Islámico (EI) amparado por una larga lista —abierta— de países occidentales que le apoyan, y por cinco regímenes árabes que participan en la campaña militar.

La aportación exacta de las capitales del Golfo está llena de ambiguedades, y no por razones de táctica militar. Jordania ha confirmado que varios de sus aviones participan en los bombardeos en el norte de Siria contra bases yihadistas, pero no habla de sus objetivos. Emiratos Árabes Unidos y Bahréin han acompañado con varios de sus cazas a los bombarderos norteamericanos, sin más precisiones, mientras que el más poderoso de los aliados árabes, Arabia Saudí, se limita a reconocer oficialmente su «cooperación» militar en las operaciones de castigo. El quinto, Catar, ofrece un tibio e indefinido «papel de apoyo».

Todos tienen poderosas razones políticas para actuar junto a Estados Unidos. Arabia Saudí, la primera potencia petrolera mundial, necesita mantener su privilegiada relación comercial con Washington, que sufrió un duro golpe después de los atentados del 11-S, concebidos y llevados a cabo por una mayoría de saudíes. Catar, la otra monarquía petrolera, es un monstruo económico con cuerpo pequeño (250.000 súbditos) y un poder fáctico mundial. Tanto uno como otro son periódicamente acusados de proteger y financiar el yihadismo mundial, por lo que la participación en la alianza de Obama contra el Estado Islámico les da una oportunidad de oro para lavar su imagen. Hace pocas semanas, el gobierno de Irak acusó a Arabia Saudí de estar en el origen del Estado Islámico, y le hizo responsable de las «masacres» de la población civil iraquí a manos de los yihadistas de negro.

El resto de los aliados árabes de Obama actúa por simpatía. Bahréin alberga a la Quinta Flota Norteamericana, pero es ante todo un fiel vasallo de Arabia Saudí. Tras los disturbios de la Primavera Árabe, la monarquía suní saudí tuvo que acudir en socorro de su pariente isleño para evitar que fuera derrocado por la revuelta de su mayoría chií; Manama actúa más al dictado de Riad que de Washington.

Nadar y guardar la ropa
La participación jordana en la alianza militar norteamericana es la más espontánea de las cinco árabes. Abdalá II reina sobre un polvorín de grupos deseosos de que Jordania rompa sus excelente relaciones con Occidente, y no desaprovecha ninguna oportunidad de mostrarse agradecido a Washington.

¿Qué ata a los regímenes saudí y catarí con el yihadismo? En el caso de la Monarquía de los Saud, razones ideológicas y de mera supervivencia. La dinastía nació gracias a un pacto de los Saud con la secta musulmana wahabí, la más radical del islam. La Monarquía defiende la concepción rigurosa y fundamentalista del clero wahabí —lo que pasa por el apoyo teórico a la yihad, la guerra santa—, y a cambio la jerarquía wahabí concede legitimidad a la Casa de los Saud y a los 7.000 príncipes que se reparten los primeros cargos del país.

El caso catarí es más sofisticado. La monarquía de ese mini-Estado, enormemente rico, tiene delirios de grandeza y juega a las dos cartas: la inmersión en el capitalismo occidental con sus fondos soberanos, y el apoyo a los movimientos yihadistas regionales, ayer los rebeldes islamistas iraquíes, luego los sirios, y hoy sobre todo los libios.

Qatar, la mano que mece la cuna yihadista
Hace solo un mes el ministro alemán de Desarrollo Internacional, Gerd Mueller, implicó a Catar en el surgimiento del Estado Islámico; «Pregúntense quién les arma y financia, y la clave es: Catar».
Meses antes, el Departamento del Tesoro de EE.UU. calificó a un erudito y empresario catarí, Al Nuaimi, como «financiero de Al Qaida» en Siria, tras comprobar la entrega de cuantiosas sumas a ese grupo. El gobierno de Catar no ha iniciado ninguna acción contra Al Nuaimi.
No hay pruebas que vinculen directamente al rico emirato petrolero con los yihadistas del flamante «califato», pero sí muchas que demuestran el interés de Catar por financiar grupos armados islamistas que combaten en la región, en particular Hamás en la Franja de Gaza.
Los servicios de Inteligencia occidentales han comprobado además el envío de aviones cargados de armas desde Manama a Misrata, base de la milicia islamista que hoy controla Trípoli, y que tiene excelentes relaciones con el grupúsculo que asesinó al embajador en Libia Christopher Stevens.
Catar envía además armas y dinero al grupo rebelde «Los Libres de Siria», hoy enfrentado en ese país con las fuerzas del Estado Islámico por rivalidad territorial. Pero no fue siempre así. Hasta hace meses ambos compartían el control de Raqqa, hoy designada capital del «califato».
Arabia Saudí, petrodólares y wahabismo
Arabia Saudí mantiene desde hace tiempo un peligroso doble juego, entre el apoyo a los esfuerzos de Washington por combatir el extremismo islamista y la tolerancia oficial hacia el yihadismo que no atente directamente contra el régimen.
El difícil equilibrio está condicionado para Riad por su condición de primera potencia petrolera —necesitada por tanto de buenas relaciones con Washington y Europa—, y la alianza con la secta wahabí, hoy encabezada por el gran mufti Abdulá al Sheik . La primera autoridad religiosa y legal de Arabia Saudí ha condenado al Estado Islámico, pero no la práctica de la yihad que llevan a cabo en Siria otros grupos apoyados por Riad.
Pese a las garantías saudíes de que sus fondos y armas no están llegando al Estado Islámico, diversas fuentes aseguran lo contrario. Hace poco un dirigente kurdo que combate en Siria, Giwan Ibrahim, afirmó que las armas saudíes son repartidas a partes iguales entre los yihadistas sirios que apoya Riad y los del Estado Islámico.
Según la prensa norteamericana, el hombre clave en estas operaciones es el jefe de la Inteligencia, el príncipe Bandar bin Sultan, enemigo declarado de los intereses de EE.UU.
EE.UU. , las incoherencias de Obama
Obama se lleva también su dosis de hipocresía en el nuevo juego bélico-diplomático, dirigido a neutralizar o al menos debilitar al Estado Islámico, mucho más peligroso hoy que Al Qaida.
La campaña de bombardeos contra las bases del EI en el norte y este de Siria cuenta, necesariamente, con el placet del régimen de Assad, al que en teoría Estados Unidos sigue tratando de derrocar. Damasco fue informada —posiblemente consultada— de la campaña militar contra el EI, lo que supone un giro insólito de toda la estrategia regional de la Casa Blanca, que no ha sido consultada con el Congreso de los EE.UU.. Damasco no ha dado su permiso gratis al vuelo de los bombarderos norteamericanos sobre su espacio aéreo. Dada la negativa del presidente Obama a incluir tropas de tierra en la operación, el régimen de Assad cuenta con que los bombardeos norteamericanos limpiaran el terreno de insurgentes, y permitirán a su ejército recuperar posiciones sin sufrir pérdidas.
Washington está también cambiando su percepción respecto al movimiento chií libanés Hizbolá, considerado hasta ahora terrorista. Los archienemigos de Israel son ahora la mejor garantía militar frente a los intentos de los yihadistas suníes del EI de extender su guerra al Líbano. La nueva aproximación pragmática a Hizbolá es similar a la que ya lleva a cabo Obama con Irán.




Lissette Garcia


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