El fantasma del «default» en EE.UU. amenaza a la economía mundial

Fracasada la primera toma de contacto entre Obama y los líderes parlamentarios demócratas y republicanos para superar el bloqueo presupuestario que tiene semiparalizada a la Administración Federal, una fecha en rojo se dibuja en el calendario. Se estima que en torno al 17 de octubre las arcas del Tesoro se quedarán sin líquido para pagar a los acreedores si demócratas y republicanos no alcanzan antes un acuerdo para elevar el techo de deuda. El fantasma del «default», que tendría un terrible impacto a escala planetaria, ya está en el horizonte. Mario Draghí, presidente del Banco Central Europeo, ha sido claro al respecto: «No estamos ante un riesgo solo para los Estados Unidos, sino para toda la economía mundial». La balbuciente recuperación europea encara así una nueva tempestad. En un gesto inaudito para cualquier otro país, el presidente Obama no ha dudado en agitar la amenaza del impago para desbloquear una situación que confiesa que le tiene «exasperado». Obama advirtió que «esto va a tener un profundo impacto en nuestra economía y en sus líneas de flotación», un mensaje que trasladó también a las principales entidades que operan en Wall Street en una reunión que mantuvo con los directivos de colosos financieros como JP Morgan Chase o Goldman Sachs. Paradójicamente, Obama se ve obligado a menoscabar la credibilidad de la deuda pública estadounidense para sacar al ala más a la derecha del Partido Republicano de su intransigente posición. Solo un gigante de una fortaleza financiera como la norteamericana puede permitirse una declaración semejante sin que los intereses de su deuda se resientan. Los inversores no se han creído nada, y los mercados han interpretado la situación más como una escena del pulso político entre demócratas y republicanos que como un peligro plausible. Recuerdan el precedente similar de 2011 y mantienen la calma. Por ahora. Día D Con dos semanas por delante hasta el temido día D del impago, Obama ha optado por la firmeza. Se niega en redondo a sacrificar el estandarte de su segundo mandato, el programa de asistencia sanitaria conocido como «Obamacare», a cambio de la aprobación de las cuentas públicas para la que necesita una mayoría en el Congreso que no tiene. El presidente ha dejado claro que no negociará con el «tea-party» y, a la espera de que las negociaciones parlamentarias den frutos o de que el paso del tiempo encienda las luces rojas, se mantiene en sus trece. La partida no ha hecho más que comenzar, pero el tablero se desliza peligrosamente hacia el abismo. Lissette Garcia RosasSinEspinas