La supremacía de Reino Unido a la hora de orquestar ceremonias fúnebres es incontestable. Cuando una figura insigne desaparece para siempre, la densidad del luto se apodera de la capital y las exequias generan un sentimiento común de pasado compartido e identidad.
El funeral que Gran Bretaña prepara para despedir a la ex primera ministra, Margaret Thatcher, el próximo miércoles 17 de abril, se suma a una nutrida historia de celebraciones póstumas que marcaron la historia del país y rompieron el récord en audiencias televisivas.
El fallecimiento del rey Jorge VI, en 1952, inaugura una etapa de cortejos fúnebres multitudinarios, no sólo por los escuadrones de ciudadanos que asistieron a la solemne procesión en el centro londinense, sino por convertirse en el primer funeral televisado. Las imágenes de su viuda, Isabel, su hija y sucesora, Isabel II, y su madre, María, vestidas de riguroso luto, fueron vistas por un millón de personas en los cines de todo el mundo.
Trece años más tarde, el deceso de Sir Winton Churchill marcaría un hecho muy significativo al recibir un funeral de Estado, en principio reservado exclusivamente a los monarcas. A bordo del barco "Havengore", el féretro de Churchill, envuelto en la bandera nacional británica, desfilaba el 30 de enero de 1965 por el río Támesis durante su funeral, al que asistió una joven reina Isabel II de Inglaterra, junto a líderes de 110 países. Las honras fúnebres, televisadas a 350 millones de personas en todo el mundo, costaron 2,75 millones de libras de la época.
Aunque tradicionalmente los funerales de Estado se reservan para los soberanos, además de con Churchill, la Corona ya había realizado más excepciones para honrar a Isaac Newton o al almirante Nelson. La otra categoría, de nivel inferior, es el funeral ceremonial, como el que recibirá Thather por voluntad propia. Respecto al procedimiento, no existe mucha diferencia dada la pompa y el boato, inherentes a ambos. Una procesión militar toma el difunto de su capilla ardiente en Westminster Hall, donde reposa alrededor tres días. Posteriormente, el cortejo fúnebre parte hacia la Abadía de Westminster o la Catedral de St. Paul, donde se celebra el servicio religioso. Las únicas diferencias, imperceptibles para el ciudadano de a pie, sería que en el entierro ceremonial se despide al difunto con 19 cañonazos y el ataúd es tirado por caballos, mientras que los funerales de Estado se caracterizan por una salva de 21 cañonazos y el féretro es empujado por soldados de la marina.
La despedida de una princesa
Sin duda, la despedida de Lady Di en 1997 alcanzaría el máximo nivel de traumatismo y conmoción, dadas las espectaculares circunstancias que rodearon su muerte. El fallecimiento de la “reina de corazones”, muy cercana siempre con el pueblo, a la temprana edad de 36 años, inundó las calles de lágrimas y se celebró uno de los funerales más emotivos e impactantes de la historia que alcanzó los 7,7 millones de libras. La imagen de los príncipes, William y Harry, caminando sereno y estoicos, tras el féretro de su madre cubierto de flores y tirado por cuatro caballos negros, conmovió incluso a aquellos que nunca le reconocieron sus atributos reales. En la Abadía se congregaron numerosos representantes de la nobleza, la política y el mundo humanitario, no obstante, hubo notables ausencias como la de embajadores y cónsules, al no ser un funeral de Estado.
Aunque en un principio el Palacio de Buckingham se mostró reticente a que la bandera ondease a media asta, la presión popular obligó a que finalmente la Familia Real cediera a señalar que el país se encontraba en un momento de duelo.
Miles de personas aguardaron interminables horas de cola para firmar los libros de condolencias en el Palacio. La interpretación de “Candle in the Wind”, por su íntimo amigo, Elton John y reescrita especialmente para la ocasión por Bernie Taupin, desbocó lágrimas y sollozos de los asistentes.
En 2002, la sociedad británica despedía a la Reina Madre, Isabel, el miembro más longevo de la monarquía británica. El príncipe heredero Carlos, sus dos hijos, Guillermo y Harry, y hasta 14 miembros de la familia Windsor caminaron detrás del féretro a pie, acompañados por la marcha fúnebre de Beethoven. El ataúd portaba la corona de la Reina Madre sobre una almohadilla, una carta de su hija, una bandera y un ramo de camelias blancas. Los fastos alcanzaron los 8,16 millones de libras.
En cinco días, serán los restos mortales de la baronesa Thatcher los que reciban un tributo muy similar a los que agasajaron a Lady Di o la Reina Madre.
Lissette Garcia
RosasSinEspinas
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