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Colombia: Relato de un Narco-Traficante que hoy dia goza de la proteccion de EE.UU

Publicado Por:Unknown ~ 0 comments


En algún restaurante de comida rápida, en algún lugar indeterminado de Estados Unidos, un hombre de unos 60 años responde al móvil: “Hola. Soy Jorge Salcedo. Encantado de atenderle”. La entrevista telefónica con EL PAÍS ha sido concertada previamente a través de un contacto que ha facilitado, con su consentimiento, el nuevo número de teléfono de Salcedo. Es una tarjeta desechable; no ha sido utilizada anteriormente y no recibirá muchas más llamadas después. La intención es no dejar ningún rastro del paradero de Salcedo, que tampoco se llama ya así. Desde hace 15 años forma parte del programa de testigos protegidos de EE UU bajo una nueva identidad. Su vida corre peligro. Él es el hombre que derrotó al cartel de Cali.

A finales de los años ochenta, Colombia era el escenario de una sangrienta guerra entre los carteles del narcotráfico en la que Pablo Escobar acaparaba todo el protagonismo. Los sicarios del supercapo de Medellín mataban a todo aquel que fuera apuntado por el dedo de El Patrón: jueces, policías, funcionarios... Era la época en la que los sicarios disparaban a la oreja y la vida valía unos cuantos dólares. En el camino morían civiles que nunca se habían enfrentado a Escobar.

Salcedo le odiaba y no soportaba que la violencia, los secuestros, la corrupción y el soborno se hubieran convertido en señas de identidad de su país. Y uno de los jueces asesinados era amigo suyo. En enero de 1989 se le presentó la ocasión de acabar con Escobar. Los llamados Caballeros de Cali, encabezados por los hermanos Rodríguez Orejuela, querían muerto a su rival. En principio parecía una empresa que no estaba al alcance de Salcedo, un ingeniero con conocimientos de seguridad y sueños de montar su propio negocio. Pero los Rodríguez Orejuela solo querían que les pusiese en contacto con unos mercenarios británicos a los que Salcedo había conocido años atrás. Ellos darían el golpe a Escobar; Salcedo solo serviría de enlace. Aceptó.

Así fue como el ingeniero Salcedo empezó a trabajar para el cartel de Cali. El ataque a Escobar falló. Pero, casi sin quererlo, Salcedo se vio trabajando como jefe de seguridad de uno de los mayores emporios de la droga que se han conocido.

Los protegió, asistió a sus reuniones, supo qué políticos y qué funcionarios estaban comprados, estuvo en muchas de sus conversaciones y tuvo que tragar saliva cuando los esbirros del cartel ejecutaban a cualquiera que hubiese cometido un error. Participó de sus planes y conoció sus secretos. Un día sintió que la violencia del cartel había traspasado ya los límites de los que él era capaz. Sus intentos de abandonar la organización no fueron bien vistos por los Rodríguez Orejuela. Se dio cuenta de que jamás podría dejarlos si no era dentro de un ataúd. Cuando le pidieron que matara a un hombre, decidió contarlo todo a la agencia antidroga DEA. “No tenía alternativa. O salía o moría”.
El relato de Salcedo está en los archivos de la DEA, pero no habría sido conocido públicamente si William C. Rempel, periodista de investigación de Los Angeles Times, no hubiese olido que estaba ante una historia fascinante y se decidiera a contarla en un libro que sale ahora a la venta en España. En la boca del lobo (editorial Debate) es el fruto de más de mil horas de entrevistas telefónicas entre los dos hombres que han fraguado una extraña amistad. “Jorge y yo somos buenos amigos. Pero nuestra amistad es rara. Nunca he conocido a su familia, no puedo visitarle. No conozco dónde vive, ni su nuevo nombre. Todo eso seguirá siendo un secreto por algún tiempo. Quizá para siempre. Si alguna vez nos vemos, Jorge ha prometido que preparará un banquete colombiano para mí”, explica Rempel.

Mientras tanto, Salcedo vive pendiente de su sombra. Ha desarrollado un carácter que le hace saltar como un resorte ante los imprevistos. “Hay que mirar al espejo retrovisor, pero sin que se note. Mi mayor protección es mi nombre y mi conciencia de que tengo que estar en la jugada. Ayuda el hecho de vivir en un lugar donde se nota la llegada de un coche nuevo. Y llevo un perfil bajo”, cuenta Salcedo, que dice haber cambiado de residencia varias veces. A veces algunas noticias le ponen de aviso. “Cuando ves que matan a gente como Leónicas Vargas [jefe del cartel de Caquetá, asesinado a tiros en un hospital de Madrid el 8 de enero de 2009], piensas: ‘uno que no se cuidó”.

El libro se publicó el año pasado en Estados Unidos con el título de At the devil’s table (En la mesa del diablo), que Salcedo prefiere al de En la boca del lobo. “Explica mejor lo que significaba estar con los jefes del cartel. Trabajar para ellos era como jugar a las cartas con el diablo”, dice Salcedo.

El exjefe de seguridad del cartel es un tipo metódico con una memoria prodigiosa. Una vez que se decidió a contar su historia a Rempel, creó un documento de Excel en el que anotó las fechas y los hechos que recordaba. Anotó fechas, asignó colores y trazó “líneas de tiempo” para tratar de establecer cómo había sucedido todo. Los datos fueron cotejados por Rempel con los archivos de la DEA y entrevistas a los agentes que participaron en las detenciones de los miembros del cartel.

“Sabía muchas cosas”, prosigue Salcedo. “Primero porque había pasado mucho tiempo con ellos, pero luego también porque desde mi puesto había interceptado muchas conversaciones telefónicas”. Desde el principio, Salcedo se ganó el apodo de MacGyver, el personaje de la serie de televisión al que solo le bastaba un clip y un chicle para escapar de los malos. Valiéndose de la señal de radio de empresas legales del Valle de Cauca y de radioteléfonos Motorola de baja potencia, tejió una red de telecomunicaciones que resultaba imperceptible para la policía y los espías de Escobar.

Pero su principal misión seguía siendo la de eliminar a Escobar. En 1991, el objetivo estaba lejos de conseguirse. Escobar se había entregado a su manera: había pactado con las autoridades un autoencierro en una cárcel de lujo llamada La Catedral, diseñada para seguir controlando desde allí todas las operaciones del cartel de Medellín. Los Rodríguez Orejuela querían matarle bombardeando La Catedral. Salcedo empezó a dejar de pensar que el fin justifica los medios. Aquello suponía llevarse por delante a inocentes. Su desacuerdo con los jefes empezó a causarle problemas y a crearle la sensación de que podía colocarse una diana al cuello si no obedecía.

No hizo falta convencerles. Las luchas internas en la organización de Escobar y las amenazas sobre La Catedral hicieron que El Patrón se fugara. En 1993, mientras toda Colombia le buscaba, el cartel de Cali se convertía en una organización más grande que la Mafia, según señala el libro de Rempel citando a la DEA. El 2 de diciembre de ese año, el Bloque de Búsqueda, un comando de militares, policías y cuerpos antidroga de EE UU, abatía a tiros a Escobar en los tejados del piso de Medellín que le servía como escondite.
El relato de Salcedo está en los archivos de la DEA, pero no habría sido conocido públicamente si William C. Rempel, periodista de investigación de Los Angeles Times, no hubiese olido que estaba ante una historia fascinante y se decidiera a contarla en un libro que sale ahora a la venta en España. En la boca del lobo (editorial Debate) es el fruto de más de mil horas de entrevistas telefónicas entre los dos hombres que han fraguado una extraña amistad. “Jorge y yo somos buenos amigos. Pero nuestra amistad es rara. Nunca he conocido a su familia, no puedo visitarle. No conozco dónde vive, ni su nuevo nombre. Todo eso seguirá siendo un secreto por algún tiempo. Quizá para siempre. Si alguna vez nos vemos, Jorge ha prometido que preparará un banquete colombiano para mí”, explica Rempel.

Mientras tanto, Salcedo vive pendiente de su sombra. Ha desarrollado un carácter que le hace saltar como un resorte ante los imprevistos. “Hay que mirar al espejo retrovisor, pero sin que se note. Mi mayor protección es mi nombre y mi conciencia de que tengo que estar en la jugada. Ayuda el hecho de vivir en un lugar donde se nota la llegada de un coche nuevo. Y llevo un perfil bajo”, cuenta Salcedo, que dice haber cambiado de residencia varias veces. A veces algunas noticias le ponen de aviso. “Cuando ves que matan a gente como Leónicas Vargas [jefe del cartel de Caquetá, asesinado a tiros en un hospital de Madrid el 8 de enero de 2009], piensas: ‘uno que no se cuidó”.

El libro se publicó el año pasado en Estados Unidos con el título de At the devil’s table (En la mesa del diablo), que Salcedo prefiere al de En la boca del lobo. “Explica mejor lo que significaba estar con los jefes del cartel. Trabajar para ellos era como jugar a las cartas con el diablo”, dice Salcedo.

El exjefe de seguridad del cartel es un tipo metódico con una memoria prodigiosa. Una vez que se decidió a contar su historia a Rempel, creó un documento de Excel en el que anotó las fechas y los hechos que recordaba. Anotó fechas, asignó colores y trazó “líneas de tiempo” para tratar de establecer cómo había sucedido todo. Los datos fueron cotejados por Rempel con los archivos de la DEA y entrevistas a los agentes que participaron en las detenciones de los miembros del cartel.

“Sabía muchas cosas”, prosigue Salcedo. “Primero porque había pasado mucho tiempo con ellos, pero luego también porque desde mi puesto había interceptado muchas conversaciones telefónicas”. Desde el principio, Salcedo se ganó el apodo de MacGyver, el personaje de la serie de televisión al que solo le bastaba un clip y un chicle para escapar de los malos. Valiéndose de la señal de radio de empresas legales del Valle de Cauca y de radioteléfonos Motorola de baja potencia, tejió una red de telecomunicaciones que resultaba imperceptible para la policía y los espías de Escobar.

Pero su principal misión seguía siendo la de eliminar a Escobar. En 1991, el objetivo estaba lejos de conseguirse. Escobar se había entregado a su manera: había pactado con las autoridades un autoencierro en una cárcel de lujo llamada La Catedral, diseñada para seguir controlando desde allí todas las operaciones del cartel de Medellín. Los Rodríguez Orejuela querían matarle bombardeando La Catedral. Salcedo empezó a dejar de pensar que el fin justifica los medios. Aquello suponía llevarse por delante a inocentes. Su desacuerdo con los jefes empezó a causarle problemas y a crearle la sensación de que podía colocarse una diana al cuello si no obedecía.

No hizo falta convencerles. Las luchas internas en la organización de Escobar y las amenazas sobre La Catedral hicieron que El Patrón se fugara. En 1993, mientras toda Colombia le buscaba, el cartel de Cali se convertía en una organización más grande que la Mafia, según señala el libro de Rempel citando a la DEA. El 2 de diciembre de ese año, el Bloque de Búsqueda, un comando de militares, policías y cuerpos antidroga de EE UU, abatía a tiros a Escobar en los tejados del piso de Medellín que le servía como escondite.




Lissette Garcia
RosasSinEspinas

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